viernes, diciembre 02, 2005

** VARGUITAS y el ANGEL EXTERMINADOR de UTOPÍAS



I
Encontrar un día de octubre fresco y ventoso como ése
no era tan extraño, y según los viejos
pobladores de la zona sería esa la razón por la cual el
cruce de rutas lucía deshabitado, siendo tan así que
las piedras yacentes al costado del camino
respetaban casi su antigua disposición original a no
ser que fueran movidas por algún peatón ocioso y
aburrido, como aquel flaco y desgarbado morocho que, al
igual que cada sábado al mediodía apenas pasadas las
doce y media enfilaba llevando el pulgar como un
ariete apuntado sistemáticamente hacia el
sur, mientras sostenía apenas su bolsito de badana azul
en bandolera y arrastraba cansinamente el par de
mocasines marrones opacados por el polvo del
camino. Juan Antonio Vargas, Varguitas, comenzaba
ya, entre lentos e imperceptibles lamentos, el prolongado
rito de intentar como cada semana ir a Buenos Aires a
dedo, algo que se había hecho casi una costumbre desde
su traumático encuentro con Juan Pedro Soitue el
caudillo, político frontal abocado a la dura tarea de
perseguir cierta reivindicación de aquellos antiguos
ideales que siempre caracterizaron a la izquierda, según
sus propias palabras. Lo cierto y lo concreto es que
cada acto, mitin, o simple panfleteada que tuviera lugar
en las veredas porteñas lo contaban puntualmente entre
sus filas, y como gozaba de una imaginación un
tanto desarrollada por cierto, fue soñador y bohemio en
el mas puro significado de ambos términos, y disfrutó
de cada uno de esos viajes como lo hubiera hecho
cualquier poeta o escritor que se precie, aunque por
motivos no del todo claros la soga que lo mantenía
asido al talado árbol de la fantasía se iba
deshilachando lentamente, pero de todos
modos, mientras sacudía de su cabeza la caspa de la
frustración, soñaba con escribir sobre un posible
encuentro con paisajes exóticos, con vegetaciones
exuberantes o con gente de otras razas hablando idiomas
distintos al suyo, aunque en realidad lo único que
hallaba a su paso eran grupos de aburridas vacas
mirando pasar los toscos vehículos que desandaban la
ruta desierta y por ahí, mientras aspiraba el penetrante
perfume a bosta de las campiñas argentinas, parecía
también percatarse e la existencia de ciertos lotes de
cereal reseco a los que veía pequeños, mustios y
generalmente bordeando algún que otro pueblito
casi fantasma con nombre de oficial del ejercito
levantado con torpeza a la vera del asfalto, algo que
muchas veces lo hacía divagar como estúpido pensando en
que su futuro podría haber visto la gloria al ser
coronado como un sagaz periodista de no tener la
soberana mala leche de nacer y transcurrir tantos años
de su puta vida en ese agujero llamado El
Serranito. Pero las cartas estaban echadas y a Varguitas
le tocó en suerte el triste destino de ser un ignoto
visitante reincidente que lejos estaba de florearse de
la mano del éxito bajo el inacabable techo de neón del
centro, les juro, aunque igualmente no se quejó
demasiado, ya que tal cual su anhelo conoció mucha gente
en esas excursiones. Claro que generalmente eran
viajantes de comercio mas preocupados por vender sus
mercancías a buen precio que por charlar de cosas
triviales , desde ya . También admitió haber viajado
en varias oportunidades sobre camiones de hacienda y
hasta creo se jactó de ser sabedor de las delicias de recorrer
larguísimos kilómetros en un pesado tractor, pero debió
reconocer que la mayoría de las veces concluyó su
periplo sobre la butaca de un colectivo de línea, como
acompañante mudo de alguna noble anciana entrada en
años y en kilos.
Bien, la cuestión es que ese día al
que hacíamos referencia el viento del norte continuaba
golpeando con fuerza el pecho de Juan y la tarde parecía caer
con excesiva rapidez logrando transformar el verde
claro de los juncos mas tiernos en grandes varas del
color del musgo, casi desagradables a la vista.
Y fue la velocidad con que se oscurecía el cielo
lo que lo hizo pensar en desistir del intento por
primera vez en su vida tan rápidamente. “Puta madre”,
gritó, “ahora que excusa le meto al caudillo”, fue
agregando con bronca mientras elucubraba que lo único
que le quedaba por hacer
era cambiar de ruta y caminar hacia el lado contrario
con vistas a conseguir un micro.
Sin dilatar demasiado la cosa se
dirigió hasta el refugio mas
cercano y comenzó pacientemente a esperar el arribo del
primero de los empolvados colectivos que debía tomar.
Casi sobre el filo de la media tarde llegó a Rosario,
donde hubo de esperar cuarenta y cuatro minutos exactos
hasta que pudo instalarse en el trasbordo, de pura
casualidad, a solo un palmo de su ocasional compañera de
viaje, la misma que horas mas tarde iría a cambiar el
rumbo de su vida, y si usted no se opone voy a
contarle la verdadera historia del ultimo viaje en
micro de mi querido Juan Antonio Vargas, Varguitas.





II
Subieron casi juntos. Por la fría
ventanilla plena de gotitas perladas podía
abarcarse todo el panorama de la ruta casi
en tinieblas. El viento hacia inclinar las
puntas de los pinos mas altos y ondulaba
la cresta de algunas lomas que se
levantaban tristes sobre el terreno
fértil, salpicado de sembradíos
amarillentos y un leve matiz rosa
viejo, indiscutido sello que rubrica el
tiempo en que los durazneros estrenan sus
flores. Dentro del autobús reinaba una
extraña calma propia del comienzo de un
viaje largo y tedioso por aquella
fastidiosa autopista Rosario-Buenos Aires.
- Vaya primavera- gritó ella en un pulido
español que denotaba su origen castizo.
-Tiempo loco -asintió el y se quedo
dormido,con la cabeza volteada en cuarenta
y cinco grados y los codos levemente
hundidos al respaldo.Al cabo de media hora
ensayo algo parecido a un bostezo,mientras
denotando un fraguado sigilo la miraba por
el rabillo del ojo. Con el ajado
borrador de una vieja novela escrita y
corregida tantas veces como viajes tuvo en
busca de vivencias, leía y releía el texto
buscando un párrafo que tachar o una
palabra que eliminar. Así era su vida:
emparchar sobre otros parches, resaltar
palabras sueltas y -por sobre todas las
cosas- jugarla de quijote en la mesa de un
bar tan solo poblado por bohemios
noctámbulos y barbados comunistas de café.
Charo -que así dijo llamarse- mantenía
intacta la dulce expresión característica
de las madrileñas de cuna, muy a pesar de
su perfectamente envidiable condición de
mujer mundana.Acusando una marcada pesadez
en el ambiente se quitó lentamente la
tricota color crema dejando apreciar sus
brazos perfectos, orgullosos de la
tersura de la piel con que estaban
cubiertos. El movimiento del cambio de
ropa, precedido de un lento suspiro
terminaron por despertar al pobre escritor
fracasado Daniel Vargas. Cuando se
incorporó, entre el discreto ruido de
resortes provenientes del interior de la
butaca,rodó desde adentro de la carpeta un
retrato algo desteñido del Che. Rá-
pidamente lo alzo y lo extendió entre sus
manos adrede, como para intentar dar
comienzo al dialogo. Siempre imaginó a las
jóvenes españolas un poco cautivadas por
las ideas progresistas que aquel
profesaba, entendiendo así que para ellas
no había nada mejor que emplazar la roja
figura del rosarino muerto.
Se equivocó de medio a medio.Charo seguía
apuntando con sus ojos color de tiempo al
gris paisaje que se presentaba ante su
vista y la de las cuarenta almas que la
acompañaban en su viaje.Cada tanto un sus-
piro y un disimulado vistazo al reloj
dorado. El adminículo se confundía con el
resto de su muñeca izquierda,la que hacia
ostentación de un bronceado para nada
usual si tenemos en cuenta la época del
año por la que estaban atravesando. No le
sacaba los ojos de encima. Un viento
cada vez mas fuerte azotaba los solitarios
carteles de la banquina.El,simulando otear
el horizonte continuaba recorriendo con la
vista sus curvas armónicas. Ella,moviendo
acompasadamente el pie izquierdo ,
devoraba las ultimas paginas del pequeño
libro de bolsillo.
La sudestada se les estaba tirando encima
pero ellos permanecían ausentes, cada cual
en lo suyo. Densos nubarrones formaban
extraños dibujos en el cielo, como
queriendo distraer la atención del puñado
de viajeros que ya se estaban quedando sin
luz.Unos pegaban su rostro a la ventanilla
húmeda mirando hacia arriba y esperaban
que se desate la inminente tormenta. Otros
observaban casi con premura las
inmediaciones, buscando un refugio seguro
por si acaso. Ellos dos solo parecían
disfrutar de su peligroso autismo.La línea
de un rayo se dibujó en el cielo y eso los
sobresalto un poco, pero le sirvió a él
como excusa para inyectar un pensamiento
trivial.
Parece que se viene -gritó señalando a
las nubes-! La tormenta, digo!
Ella solo se limitó a sonreír por
cumplido y tocarse repetidas veces la
oreja con el índice. Quería recordarle
irónicamente a su interlocutor que para no
elevar demasiado el tono de voz en una
conversación es conveniente apagar el
walkman.
-Perdonáme -contestó-.Lo que pasa es que
cuando escucho a Silvio Rodríguez me
olvido del mundo. -dijo secamente-.
-No es mi tipo de música y no entiendo como
necesitas convertirte en un autista para
escuchar a ese giripollas.
-De la misma manera que vos te enfrascás
en el Corin Tellado.
-Corin Tellado -suspiró-? Has dicho Corin
Tellado? No seas imbécil, quieres! Es
Chesterton -gritó mostrando con
exageración la carátula.
-Chesterton -preguntó socarronamente,
haciéndose el tonto-? Me suena a marca de
cigarrillos.
- Perdóname,pero eres o te haces?
-Para el caso es lo mismo,te enfrascás y
listo.Fijáte que hace como una hora que no
paro de mirarte las lolas y ni te das por
aludida.
-Es que quería terminar cuanto antes con
el libro. Está oscureciendo y me faltan
pocas paginas.
-Ah, claro.
-Pero de todos modos -elevó el tono
sobremanera-; quien diablos te crees tú,
degenerado onanista, para yo tener que
justificar mis actitudes frente a un libro
atrapante.
-No será que lo que te atrapa es la idea
de ser observada?
-Vete de mi vista,por favor.Es la última
vez que te lo digo.Si no te vas ya mismo
llamo a la guardia civil.
-No seas fantasiosa, divina. Policía en un
micro?
-Entonces, grito.
-Viste? Es una actitud típica de los
Corin Tellado. Te deschavaste.
-Imbécil -masculló y cerro el libro.

Llovía a cántaros. La tarde caía
rápidamente y las sombras se apoderaban
del lugar entre cortísimos intervalos de
luz blanca; la luz de los relámpagos. Ella
luchaba contra el tiempo y los nervios le
minaban la paciencia para poder estrujar
su pollera que se hallaba empapada.El la
observaba subido a esa especie de estrado
imaginario en que creen hallarse los que
se dicen poetas, y sin animarse a cruzar
una palabra mas se calzo los
-- auriculares.Con una acabada muestra de
egoísmo volvió a darle vida a la música
dulce del cantautor cubano.
-Es que no vas a ayudarme -preguntó
forzando la traba de la ventanilla
superior-? Esta lloviendo mas adentro que
afuera.
El seguía en intima comunión con las
letras elaboradas de Rodríguez al tiempo
que limpiaba sus unas con la parte de
atrás de un boligrafo.La lluvia se estaba
haciendo mas persistente y el viento
congelaba su torso hasta hacerlo tiritar.
-No vez que no puedo -gritó-! Nos vamos a
morir de frío si no la cierro ya, imbécil!
De un salto,y sin esperar respuesta,se
colgó del cable del auricular y lo arranco
arrojando el aparato al suelo.
-Se puede saber por que lo hiciste?
-Simplemente porque necesito que
alguien me de una mano . Lamentablemente a
mi alrededor hay solo frágiles mujeres y
la única persona que puede ayudarme es un
lelo izquierdista que escucha tonterías y
habla sandeces todo el tiempo.
-O sea yo;no es cierto?
-Efectivamente.


Sus miradas se cruzaron instantaneamente.
Los oscuros ojos almendrados de el
chocaron con el par de esmeraldas insertos
debajo de las cejas de ella. Casi por
instinto ensayo una tibia sonrisa que con
la colaboración de Charo culmino en sonora
carcajada.Se levantó de prisa. Corrió el
vidrio hacia atrás y rascándose la
incipiente barba se apoltrono lentamente
en la butaca como un gato de solterona.Por
primera vez en largo rato se sintió
distendido,tranquilo. En el asiento de al
lado,una anciana regordeta cargada de
paquetes los miraba con cierta dulzura,con
cara de viejita soñadora disfrutando de un
culebrón . Codeando a su
compañera de viaje pareció decirle "hacen
una linda pareja" o algo similar.La otra
anciana,mientras observaba extasiada como
el guarda deglutía un enorme familiar de
jamón y queso, asentía con la cabeza.
Como buena española de pura cepa
convirtió al supuesto dialogo en un
monologo agradable, simpático y, por
momentos, harto interesante.Costaba
demasiado no enamorarse de aquella grácil
rubia de ensortijados cabellos
cayendo en cascada sobre los hombros.Decía
cosas duras, comprometidas con el
pensamiento izquierdista de Daniel,a veces
hirientes.Pero ese derechismo por momentos
fanático, lejos de provocar reacciones
adversas funcionaba como un bálsamo que
suavizaba cualquier intento de defender al
--- comunismo mas cerrado.Hasta llegó a tratar
de dictador a Fidel logrando que su
interlocutor estirara la comisura de los
labios en senal de inocente
complicidad.Todo esto no hacia mas que
corroborar la dulce calma que había en la
mansa originalidad de su discurso.No era
invento de Daniel,por supuesto,todos lo
notaban.Las manos, sin duda tan expresivas
como el resto del cuerpo, hablaban por si
solas y sus ojos se abrían , se cerraban o
se achinaban según correspondieran al
relato.Si miraba en lontananza se
entornaban;si se sorprendía por alguna
pregunta un tanto fuera de lugar los abría
descomunal y simpáticamente. Nunca llego a
verla enojada después de aquella fraguada
pelea,todo lo contrario.Ella sin pizca de
recelo le contó entre otras cosas de su
casa en Marbella y sus vacaciones de
verano en Canarias,de la tozudez de los
vascos y del chauvinismo exacerbado de
algunos catalanes.
Daniel se debatía entre creer y no creer
la esencia de lo que estaba
escuchando. Boquiabierto, mechando de vez en
cuando alguna personal apreciación solo se
limitaba a dejarse cautivar por el relato
y escuchar extasiado como su corazón de
poeta galopaba al ritmo tintineante de un
repique de campanas tocadas al vuelo.
La imaginaba mágica, desinhibida,
conduciendo su descapotable blanco a
ciento noventa y cinco kilómetros por hora
por alguna de las autopistas de su Madrid
extrana,cosmopolita y resplandeciente.Y
soñó.Soñó despierto como solo puede soñar
un enamorado que hace del amor a primera
vista su razón de ser espontanea y
duradera.No le importó imaginarla cara al
sol con la camisa nueva,ensayando el
saludo falangista mientras su boca de
grana sorbe un cargado cafelito en
cualquier mesón de la vieja
Andalucía, entre cante jondo y palmas dadas
hasta con el ultimo rincón de un alma
flamenca cedida gentilmente.
Sus ultimas frases lo hubieran herido de
muerte en otras ocasiones, como cuando
Charo, con toda la soltura del mundo,llegó
a hacer una reivindicación casi exagerada
de Pinochet en desmedro de Castro,para
quien no tuvo empacho en calificarlo con
su artillería mas pesada en lo que a
insultos se refiere.
Daniel,omnubilado, asentía permanentemente
y ni hubo de sobresaltarse siquiera cuando
ella dijo que el tango era una danza
aburrida,chata y para nada sensual.Solo se
desencajó sobremanera cuando el motor del
ómnibus se detuvo en la plataforma
veintidos,frente a una nutrida cantidad de
gente bien arropada que tenia los ojos
puestos solamente en la mugrosa
escalerilla de bajada.


II


Las afueras de la terminal de Retiro
estaban atestadas de gente y de agua.Un
ejercito de maleteros y changarines se
disputaban los centenares de valijas que
daban vueltas por la zona.Los refugios
eran insuficientes.Muy a pesar del mal
tiempo ,el fin de semana largo se había
descargado con todo sobre la metrópoli. La
gente corría, empujaba y se sometía a la
gigantesca tortura de llegar a una meta
distinta en cada caso.Y entre la jauría
humana,sin mediar saludo ni beso de
amistad ni sonrisa de cumplido,Charo fue
confundiendo sus mechones dorados con
movedizas cabezas de azabache y paraguas a
medio cerrar.Daniel Vargas ,con el bolsito
de badana en bandolera masticaba su
impotencia parado junto a una cabina
telefónica inutilizada,a dos cuartas de la
puerta de salida.
Roberta,su mujer,al igual que Felicitas y
Nestor,sus hijos casi adolescentes juntan
datos y mas datos que con esperanza y
esmero llevan religiosamente a las
oficinas de la CONADEP en Buenos
Aires. Doña Lola,esposa y madre ejemplar
dejó de ir los jueves a Plaza de Mayo
merced a una dolorosa hernia de disco que
la tiene postrada en su cama de hierro
opaca y ruidosa.
Servando Britos,que es ducho en el arte
de reconocer rostros entre la
multitud,dice haberlo visto tiempo atrás
en un noticiero de la TVE discutiendo
acaloradamente de política con un par de
exiliados artesanos en el Rastro.Su
aspecto de yuppie en decadencia
desentonaba con el entorno plagado de
cultores de la bohemia compartida ,para
quienes el habito está en estrecha
relación con el monje.

Julio y Ada Quintero,sin embargo,casi se
caen de espaldas cuando lo encontraron
borracho,con el saco raído y blandiendo un
ramo de rosas rojas marchitas por el calor
insoportable de aquel Madrid de
leyendas.Estaba sentado sobre un neumático
abandonado en la calle Orgaz al cien , a
pocas cuadras del estadio Santiago
Bernabeu.Llevaba el bolsillo lleno de
caramelos de goma y un sombrerito de luces
con la cara de Franco estampada.
-Que hacés Varguitas- gritó Julio,loco de
alegría, ostentando su mejor tonada
cordobesa-?
-Yo,señor? Solo espero un micro.



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