viernes, diciembre 02, 2005

** TEMPRANO





Sale a la mañanita temprano, como el lucero, en
silencio, sabiendo que entre las sombras de su
amanecer de rutina miles de sombras iguales a la
suya gastaran los pedales de las flacas bicicletas
que, iguales a la que le prestó don Robles para
salir del paso, se dirigen en tandem a la obra. Y
con un impulso que tiene mas de arrastre cansino
que de marcha , se va silbando un aire de milonga
deformado ya por los anos ,que hasta alteran el
compás en tiempo y forma. Y entre las sombras crecen
y suben sus tímidos anhelos de ladrillo bayo y
portland, de arena y de cuchara, de mezcla y andamio,
de suerte recortada por la huella plana de una
carretilla chueca que gira y gira por entre los
tablones cruzados, como su sueno utópico de cambiar
la chapa podrida de la pared del fondo por esos
cincuenta y cuatro bloques que el turco Miguel le
vende a medio peso cada uno . Y
tarareando ahora un aire de zamba ve aparecer cada
vez mas cerca ese monolítico panal de
ostentaciones varias, con tejas a dos aguas, a medio
levantar, que en el barrio llaman la casa del
capo, aunque tal vez ese mismísimo capo sea solo un
testaferro de algún pez aun mas gordo. Y allí, con un
escueto racimo de holas y quetales saluda al Juan,
a su compadre Ramón, al negro Caticho y a Lorenzo
Gómez, aguantándose con bronca entumecida los
ladridos autoritarios de un capataz soberbio al que
juran ,cada uno por su lado, sacudirle un baldazo a
la cabeza.
Intimamente sabe que nunca habrá de hacerlo, sabe
que el fantasma del hambre pesa tanto que aplasta
su cabeza a la altura del cuello y que nunca habrá
de permitirle otra reacción que no sea la de
agachar el lomo y permitir que lo sigan jodiendo.
Ladrillo y portland, arena y agua, mezcla y andamio
desgranan sus horas de albañil a
la fuerza que una tardecita de noviembre llegó con
bolso desflecado , trayendo entre las zapatillas
rotas aquellos últimos resabios de tierra
polvorienta de su querido Chaco. Cinco horas a la
mañana, media para el sánguche ,y después darle
duro y parejo hasta terminar el hormigón de
caída, para que en contados meses, cuando llegue el
verano puedan las hijas del dueño de su hambre
broncearse parejo, casi tan parejo y oscuro como la
piel tirante y percudida que le recubre el
torso. Y él, pensando en eso que los instruidos
llaman paradoja, ensaya una sonrisa y sigue
trabajando, y hasta parece disfrutar de lo suyo sin
demasiados miramientos. Y se ríe solo, a
carcajadas, como un loco, presintiendo con natural
certeza que el quini vacante del lunes que viene
habrá de darle el empujón de coraje necesario para
dejar de ser peón y comprar quizás una mezcladora
chica, dos docenas de tablas, y una estanciera
verde, su color predilecto. Tan seguro esta del
tamaño de su buena estrella que hasta planea
también con inocencia brindarle un trabajo digno al
Pedro Ramírez , a Manuel Pereyra y hasta al tuerto
Ibarzábal , que tiene la mujer desangrando sus días
y sus noches entre las grises sábanas del
Centenario . Atrás van a quedar aquellos retos sin
causa aparente, las broncas momentáneas, y el
ladrido seco que a una luna de plata regalan por
sistema los perros flacos de la miseria.
Cree saber que a partir del lunes lograra
cambiar la indigencia rosada de las cuatro fetas de
su mortadela por aquellos aromas compradores de
asadito faldero de otros tiempos. Y se irá
contento, esperanzado, sin mezquinar en gastos,
riendo de costado por sus ocurrencias, mientras en
la calle volverá a gastar, esta vez con cierto gusto, los
pedales duros y chillones de la bicicleta
prestada.




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