** MI DESAYUNO
Todavía no se me había pasado la mamúa y ya
estaba hinchándole la paciencia al pobre flaco,
que Antonio se llamaba y arrastraba entre sus
huesos exagerados el inconfundible néctar azul
de la bohemia criolla. Era alto, espigado, de
coyunturas prominentes y tenia el poco formal
privilegio de ser dueño del Casa Bar,allá en la
periferia de mi pueblo chico. Pasaba yo las
mañanas completas exigiéndole un desayuno a mi
medida y éste regañaba un poco pero siempre se
aprestaba a prepararlo, tal vez porque poseía
intacto el venturoso don de la lastima. Debo
aclarar que no se trataba de un desayuno común
y corriente, maestro, nada de café, ni de leche
tibia, medialunas o alguno de los carajos
convencionales. Resultaba ser, a mi entender,
algo muy simple, barato y fuera de toda
complicación hepática,aunque, debo reconocerlo,
bastante extraño en su composición física.
Se mezclaba un poco de harina preferentemente
leudante con un vaso de leche tibia al que
agregábamos pizca de azúcar, bicarbonato de
amonio y un vaso de vino tinto lleno hasta las
tres cuartas partes. Sobre la citada crema se
ligaba un poco de manteca tibia a la que
previamente habíamos sazonado con un puñadito
de salnitro y medio vaso de ron del bueno,
condición indispensable para que el manjar
llegara a reunir las condiciones necesarias que
lo harían resultar apetecible . El pobre
flaco,en medio de semejante balurdo, y poniendo
cara de consecuencia procedía a flambearlo como
si se tratase del mejor postre exótico gestado
en aquel desolado rincón de las pampas
argentinas. Nadie desconocía por esos tiempos
que en la totalidad de las veces este servidor
repetía el plato, el cual además de sus
bondades reposteriles siempre hubo de funcionar
como un excelente antídoto contra los nocivos
efectos de las múltiples resacas diarias. Pero
todo funciono de maravillas hasta ese
emputecido veintinueve de febrero del ochenta y
ocho, fecha en que se me ocurrió reemplazar la
harina leudante por otra común bastante mas
barata ,al vino tinto por licor de huevo y al
bicarbonato de amonio por un raro polvo
importado de Inglaterra similar en aspecto,
sabor y textura. Así comencé a experimentar el
efecto contrario y euforizarme cada vez con mas
frecuencia, a punto tal de que tras cada
segunda flambeada un insoportable olor a pelo
de animal quemado inundaba el bar y se perdía
por los fondos hasta dar con el patio de la
casa de Myriam,la chismosa del barrio,quien muy
suelta de cuerpo y sin inmutarse, coronaba cada
uno de nuestros ocasionales encuentros
preguntándome por un tal mister Hyde,a quien ni
por asomo tengo el gusto de conocer.
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