viernes, diciembre 02, 2005

** ROPA DE DIARIO(monólogo en argentino básico)


Mire, doña Rosa, gritó Saldívar poniendo su mejor cara de gil al tiempo que escoba en mano replanteaba el viejo rito de sacar afuera lo que adentro sobra. Mire que tan terca y tan esquiva, continuaba diciendo con voz engolada mientras la indiferencia de la dama carcomía hasta los tuétanos su pasmosa voluntad para formar pareja, a pesar de esa enorme fama de solterón de pasado casi inmaculado, por no decir virgen que suena parecido y significa lo mismo. Porque hay solterones y solterones. Están aquellos que eligieron vivir así y no se perdieron una joda, y están los otros, los juntadores de orina de los cuales Saldívar era el máximo exponente en el pueblo, y dona Rosa, canchera en el tema de mandar machos a la tumba y solterones al diablo estiraba un poco la comisura de los labios por cumplido y meneaba la cabeza hacia ambos lados, pidiendo interiormente que la tierra se trague al plomo, además de rogar que por lo menos alguna loca de cabaret se haga cargo del despojo de hombre, que carajo, si recién rozaba los cincuenta y ocho y, aunque mentía un cachito, aseveraba, ante quien quisiera oír, que sus carnes poquisimo tiempo atrás habían dejado de ser firmes como piedra, casi coincidiendo con la sepultura de su cuarto marido: marinero de agua dulce fallecido en circunstancias un tanto raras mientras bogaba por cierto riacho formoseño plagado de juncos y gendarmes. Fue allí donde el susodicho hubo de jactarse, hasta en el ultimo minuto de su vida, de cascar nueces golpeándolas contra el trasero de su futura viuda, o sea Dona Rosa María de la Anunciación Valentini, quien con semejante nombre y su no menos espectacular curriculum todavía podía esperar algo mas de la vida que un mísero lugarcito en la gris existencia de Saldivar, al que por otra parte debía enseñarle todo lo que debía saber un hombre para poder compartir alcoba. Y ella no estaba para esos trotes , por cierto, dándose el lujo de contar con cuatro muertos sobre las costillas y otros tantos vivos de real valía incursionando sus partes pudendas con la gracia y disimulo del vuelo de un mosquito, merced a la libertad que le confiere la edad para hacer lo que se le cante entre las cuatro paredes de su cuarto y la falta de un carcelero en la puerta del fondo. Claro que a Saldivar lo venían adoctrinando permanentemente sus compañeros de vermut del bar del flaco, mientras entre cascadas de porotos truqueros y ruidosas monedas ávidas de un codillo a la siesta calentaban su cabeza arratonada de manera insistente, enfermiza y hasta diríase dueña del maquiavélico sello distintivo de una versión criolla del Otelo de Shakespeare. Estaba celoso el tipo, y lo peor era que, como dice el vulgo, lo estaba tan al cuete, que dona Rosa María de la Anunciación Valentini se hacia cruces cada vez que encontraba su sombra en el camino. Bien, la cuestión es que el pobre de Saldivar veía a un enemigo en cada persona mas o menos apuesta que rondaba la casa de la veterana. Por supuesto que quienes la frecuentaban, y para evitar roces, papelones, encontronazos o lo que diablos fuera se las ingeniaban para ingresar de noche por la puertita de servicio, abertura desprolija de oxido puro que daba a la vera del baldío lindero, donde un triste quinteto de perros flacos como alambre de fardo aligeraban un grito ante cada sombra que lograra menearse por entre los matorrales, que los había y en cantidades industriales. Fue así como se produjo el encuentro, tras la soberbia manija dada por el Chichu Villarruel después de deglutir el casi religioso Gancia de las doce menos cuarto frente al ventanal del boliche, uno de los dos que daban a la ferretería de don Francisco. Hubo de santiguarse tres veces precediendo a un rápido atar de cordones y al mas ligero aun movimiento de dedos extendidos sobre los doce pelos que conformaban su flequillo cuando encaró, con el corazón hecho hilachas y la autoestima rozando el salitroso suelo del poblado. Enfrento al baldío y mas allá a la puerta. Roberto Migliazzo, piola entre los piolas, estuvo a punto de entrar y hacer lo suyo cuando un simple acto reflejo, o quizás haya sido el aroma a cebollas verdes del aliento de Saldivar le hizo bajar de golpe la cabeza, evitando eso que sin demasiadas dudas iba a ser su incondicional pasaporte al féretro. El palo de algarrobo, levemente curvado, se clavo en la herrumbre mas blanda de la puerta. Su mano enorme de maceta pura descargo la bronca enmohecida contra el muro de piedra sacándole esquirlas. Había fallado. El resultado dejo boquiabiertos a ambos mientras dona Rosa, masticando quizás rabia, quizás solo calentura, siguió en la loable tarea de sacarle lustre a sus zapatos de taco aguja, mientras borraba de la lista de visitas a Migliazzo y exhalaba un casi inaudible exabrupto de los terminados en udo. Y que creen que hizo el Saldivar este?. Aprovechando el agujero en la puerta espió por allí el panorama y la vio; vio como estiraba ambos brazos de piel flameante, desde luego lejos de exhibir la emperifollada vestimenta de diario. Estaba ligerísima de ropas y mostraba sus cráteres y valles movedizos otrora tan bien disimulados por aquellas memorables sedas orientales y casimires ingleses que alguna vez le valieron el mote de "La Gallina Pizcueta". Estaba ella casi como Dios la trajo a este pobre mundo pleno de vicisitudes de todo tipo y calaña. Saldivar se acerco un poco, y como la perforación era de dimensiones mas que considerables, metió su cabeza allí entornando primero los ojos y bufando con sonoridad luego. Se alejo rapidito, sin mirar atrás, y refunfuñando en voz baja elevo maldiciones y conceptos duros que hicieron referencia certera su condición de calentón exacerbado pero nada tonto como para romperle el mate a nadie por culpa de ese cachivache.


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