** VIAS MUERTAS
Cierto día , caminando con mi esposa por la
calle Maiztegui , mire de soslayo la aneja estación
donde un par de vagones yacía detenido desde el
principio del fin y comente a quien no conocía el
tema, lo lindo que era todo aquello cuando se veía el
movimiento casi mágico de los trenes en marcha; de la
gente yendo, viniendo y de la función social que
cumplia el ferrocarril en sus viajes a Rosario. Hablé
del tren, obviamente. Del tren
"de Bahía": largo, pesado e insaciable devorador de
kilómetros llevando los vagones cargados de
pasajeros. Turistas algunos, trabajadores otros y el
gran numero de soldados cuyo único medio para llegar
a destino era el ferrocarril argentino; aquel, que con
cierto mal disimulado orgullo un poco nacionalista
mostramos al mundo tras ser adquirido a sus
anteriores poseedores franceses e ingleses. De lejos
podía escucharse el largo y penetrante sonar de las
primeras locomotoras Diesel metros antes de la
llegada al pueblo. Estremecían a los distraídos
transeúntes y sobresaltaban la tranquilidad
pueblerina en el trayecto que iba desde "la
aviación" hasta el cruce. Y cité un cruce de rutas
que todavía ni por asomo pensaba percibir el rítmico
semáforo.
Junto a tantas otras cosas se perdió también esa
magia en la Argentina moderna. Como salvo algún que
otro indiferente carguero gris plomizo -hoy un poco
mas frecuentes, a decir verdad- también buscamos
infructuosamente algún resabio de aquella
interminable bocina transportadora de almas
atravesando de punta a punta los pasos a nivel
polvorientos de mi querido Bigand.
Eran peligrosas travesuras de chico aquellas de
poner monedas en los rieles y esperar cuerpo a
tierra el paso del tren para ver como quedaban
aplastadas como un papel. Jugar a la escondida en los
viejos vagones estacionados, o trotar entre los
eucaliptos a la hora en que los mayores rendían
culto al antiguo y obligado rito de la siesta hasta
las tres. Merecidas siestas plenas de modorra donde
algunas veces los viejos despertaban sobresaltados
de un sueño en el que quizás sus hijos, ya
grandes, irían a ser transportados hacia otras
tierras por ese mismo tren de ventanillas opacas y
traqueteo metálico.
Dificulto que haya alguien en los pueblos de campana
que de chico no hubiese jugado entre el perfecto
paralelo de las vías. Es mas, es probable que las
viejas estaciones de ferrocarril sigan siendo
frecuentadas todavía hoy por pibes que en las
inmediaciones juegan picados de fútbol o tiran
gomerazos en los viejos cañaverales que nunca faltan
a la vera de los terraplenes. A la distancia nos
concientizamos acerca de la existencia de tantas
charlas y juegos que se fueron para
siempre, irremediablemente colgados detrás de un
desvencijado vagón de cola donde dormitaba un croto
que tampoco se digna a honrarnos con su presencia.
El tiempo paso. La añosa estación que en otros
tiempos se erigía como símbolo del pueblo se fue
ensalzando en hojarasca y ligeros vuelos de torcazas
que juguetean cansinamente entre pétreos andenes
despoblados. Mientras tanto, la dureza del acero de
los rieles pareciera haberse hecho carne en el
corazón indiferente de muchos argentinos. Porque -y
tal vez no sea nuestro caso especifico, pero somos
de la tierra de Gardel y debemos hacernos carne de
los problemas que atañen a nuestros compatriotas en
desgracia -los pueblitos de campo, decia, crecieron y
se desarrollaron a instancias del ferrocarril: ese
ferrocarril que supo del soberano orgullo de cumplir
una función social suprema como quizás ninguna otra
EMPRESA DEL ESTADO que se precie. El guante blanco
del primer mundo pareciera haberle dado una
cachetada blasfema al fantasma del "que te dije"
mientras este intentaba la utópica osadía de volver
a asomarse con arrogancia al balcón de la rosada. Y
fue justo en el preciso instante en que se
incorporaba para asegurarle, a quien quisiera
escuchar, que los trenes que circulan a lo largo y a
lo ancho de la patria son "in eternum" propiedad de
todos.
En lo que a nosotros respecta, solamente resta
aguardar que en nombre del nuevo orden internacional
nos secuestren la pálida figura del puente de la
vía. Aquel, en donde juntábamos humildes piedras de
mica para adornar por sorpresa las macetas de la
vieja; que fregaba y fregaba todo el santo día frente
a un espejito redondo tan plagado de manchas como el
inútil deseo de crecer económicamente.
Tal vez por asociación de ideas, y a la luz de la
resignación, se me figure el trencito plateado de
trocha angosta de La Forestal llevando consigo el
hambre de tanta y tanta gente ... Sabe que pasa?
Imagino a aquellos maquinistas de antaño: un poco
cipayos y escucho la interminable bocina mucho mas
moderna y desprejuiciada de un tren carguero largo
que en sus vagones tenga escrita la palabra
desidia y sufro .Como creo debe ser el
sufrimiento de tantos compatriotas como
usted: chaqueños, santafesinos o provincianos del
norte que ven cernirse sobre sus cabezas la enorme
espada de Damocles de un único medio de locomoción
que tiende a desaparecer bajo las garras descarnadas
de un ideal mezquino.
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