** EL CAMPITO
...Eramos siete u ocho de cada lado y nos importaba un
pito lo que pasaba detrás del arco, allá
nomás,cruzando la calle;calle que solamente se
limitaba a una larga franja marrón grisácea
salpicada de incipiente gramilla de un lado y del
otro, y en cuyo costado izquierdo,como quien mira al
centro del pueblo,se recortaba la figura de un
maizal chiquito , como de una hectárea mas o menos, siempre tirando hacia arriba ante la paciente mirada del
vasco Nieto y su caballo Margarito,al borde de la locura
este último porque entre pelotazo y pelotazo,todos
nos la ingeniábamos para molestarlo a la hora de
sorber la gloria de llegar a casa con un manojo de
choclos bajo el brazo, aunque tambien lo sufrió el
dueño,quien desde su eterna sequedad acunaba para si
desentendidos guiños cómplices.
Alguna que otra mata de pasto rebelde adornaba el
campito,que no era mas que un trozo de baldío que
matizaba la indigencia en las orillas, con su piso
desparejo de tierra ya pelada y un solitario manchón
de trébol como ultimo bastión del pasto verde en el
paisaje. El limite de la cancha practicamente no
existía y el horario de juego variaba en la hora del
comienzo pero acababa en un berreo interminable
cuando se encendían los fuegos amarillos de algún
asadito cercano y empezaban a brillar las pocas
luces desinfladas de la calle Brown,a las que el
mercurio ni por asomo pensaba en concederle el
brillo de estos tiempos.En el idioma canyengue de
las grandes ciudades se llamaban potreros, y los
picados jugados ahí plasmaron la habilidad innata de
tantos y tantos idolos de pibes como
nosotros,hambrientos de fantasía redonda y saltarina
y de sueños reos exagerados hasta el paroxismo.
Corrían los años sesenta cuando viví los últimos
coletazos de fiebre futbolera de entrecasa.Recuerdo
que había, como ahora,canchas auxiliares en los dos
clubes de mi pueblo chico,pero a la hora de
elegir, absolutamente todos nos inclinábamos por el
campito;tal vez por aquella razón inexplicable de
entender si no asumimos que cada uno tenia su
corazoncito y que costaba demasiado desprenderse de
esos arcos levantados con postes de sauce recién
cortado, que algunas veces hasta se prolongaban en
tiernos brotecitos verdes como corolario de la
evidente irregularidad de los maderos.
A la manera de las bandas de delincuentes,cada uno
de los carasucias con aspecto de
atorrante-fugado-del-aula tenía su propio apodo de
guerra.Surgen ahora los recuerdos vigentes del
Totón,de Pasasi,del Turi,de Largo,del Pili y de tantos
otros a los que la adultez mas o menos sensata
volvió a restituirle el nombre de pila que le afanó
el campito.
Dentro de las limitaciones que suele tener el
hombre en la etapa de su infancia mas tierna,se
exteriorizan a veces algunas iniciativas
aparentemente serias,como por ejemplo,formar un
pequeño club a la manera de los grandes :social y
recreativo,quizás sin conocer el verdadero sentido
de estos vocablos, pero percibiendo el halo de
bienestar vertido a rajatabla entre gambetas y
berrinches. Se contaban cuentos,algunos
inconcientes rendíamos culto a la rabona,y los
primeros vientos fuertes de agosto no podían pasar
sin llenar el cielo de la canchita con barriletes
sencillos que elevaban a las alturas los colores de
nuestros clubes favoritos,siempre con una gran
supremacía de los azules y los oros,por
supuesto,pero mi actual recato impide discutir el
tema en este momento. Esos barriletes,decía,una vez
me costaron hasta un reto del comisario,lo que para
un pibe de siete u ocho años significaba poco menos
que pisar el suelo de la cárcel con todo lo que ello
implica: terriblemente vergonzante si lo sumamos a la
nefasta consecuencia de ser llamado transgresor por
la familia y parte de la barra.
Mis amigos,hoy grandes y con hijos,deben estar
añorando los tímidos camotes que asábamos con
descaro en aquel hornito de ladrillos bayos
fabricado por nosotros mismos,detrás del arco que
daba al sur; especie de caldero lejano y
ordinario que calentaba las manos del pobre y
olvidado arquero,porque era invierno y porque por
sistema los partidos terminaban de noche , momento
del día en que emprendíamos retirada cuando alguna
madre se paraba firme en la vereda de baldosas
flojas y, haciendo bocina con las manos,comenzaba a
berrear llamándonos casi desde la otra cuadra.
Nadie que haya corrido entre los míseros potreros
podrá olvidar aquellos bravos partidos barrio contra
barrio,que se jugaban a muerte,sin arbitro y que
casi siempre terminaban antes de tiempo, en
antológicas roscas generadoras de bronca
insobornable que nos duraba varios días con sus
correspondientes noches;pero que el solo hecho de
compartir el tedio cotidiano de la escuela primaria
la carcomía hasta anularla.
Entre los límites inciertos de esas calles de
tierra interminables nadie soñaba todavía con
Maradona ni con Caniggia.En las laminas del Gráfico
de la epoca renacían cada semana El Tula
Curioni,Jota Jota y algunos pibes nuevos que
desperezaban sus lujos futbolísticos,como el Beto Alonso o Bochini. Párrafo aparte merecían los ídolos de los
clubes locales;que tiempo después descubriríamos que
eran como nosotros;que trabajaban en el campo,se
derretían en la fabrica o estudiaban duro entre
domingo y domingo de fútbol de la liga, cuando
enfervorizaban a su gente regalando habilidades
desde el otro lado del tejido.
Cada vez que paso por lo que fueron esos
potreros,edificados todos, hago esfuerzos por contar
todo lo que significaba el campito para un chico de
los 60,con toda la mística que trae aparejada una
pelota de futbol... el hacerse a la idea de que jugaba
en el monumental o la bombonera...
Pero solamente el hecho de haberse criado pateando una esfera de cualquier material en los solitarios baldios hoy
todos edificados,emociona... Y emociona sobremanera
si viene acompañado por una chillona música
escuchada en ese lugar con la radio "Spika",simple y
chiquitita que costo el trabajo de tres meses de
vacaciones poder comprarla...
El dial esta falseado y un pedazo de hilo de algodón sostiene la tapa de las pilas , pero como pensar en tirarla si lleva implícito en el gabinete el rayón imperceptible que
formó un pelotazo de aquella dichosa numero cinco
bancada entre todos.
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