** GIUSSEPPE
Guardaba muchos secretos debajo de su cabeza
calva. Cosas que los chicos mas preguntones no habíamos
podido desentrañar jamas, a pesar de los esfuerzos
que se hacían por saber algo mas de ese curioso
ejemplar esquivo y delirante, vestido de azul por
sistema . Las fantasías de pibe de pueblo nos
hacían tejer una amalgama de historias, de las
cuales las mas escuchadas hablaban de que él supo
gastar una considerable parte de sus jóvenes años en
la guerra del catorce. Otras, algo mas arriesgadas
aun, daban la posta de que en su Italia natal había
sido un rico personaje que enloqueció de pronto y
- dentro de sus limitaciones- emigro para ser, acá en
Bigand, poco menos que "el hombre de la bolsa" con el
que nuestros mayores provocaban en nosotros el
repentino amor por la sopa.
Se lo podía ver cabizbajo , solitario, en las
tórridas tardes de verano , cuando con la cruz
agobiante de cuarenta y pico grados a la
sombra, caminaba de punta a punta del pueblo, buscando
quien sabe que cosa para llevar a la boca y saciar
en parte el hambre ancestral que todos suponíamos
debía llevar entre sus huesos. El viento del norte
parecía traer sobre su lomo al flaco fantasma de la
resignación por la locura y lo sorprendía siempre
andando y desandando calles polvorientas, entre
moscas insufribles, sol calcinante y mocosos cuasi
deshidratados que se negaban a dormir la siesta para
poder ver pasar al loco.
Confieso que yo también por momentos sentí
miedo. Pero era algo distinto. Quizá podemos hablar
de un miedo inculcado por mis padres o mis
abuelos; que veían con cierto resquemor al pobre tipo
que caminaba mostrando a todo el mundo esa especie
de camisaco celeste roto y desteñido . Es evidente
que todos los locos tienen una manía evidente y
absoluta. Los hay enfermos por la limpieza, por
imitar ruidos de motores; hay locos por los trenes y
también por las finanzas. Pero a GIUSEPPE solo le
interesaba caminar, caminar y de vez en cuando
pararse en una esquina a gritar: cuanto vale la
mosca!!, aprovechando la pausa en el camino para
secarse el profuso sudor con aquella gorra azul un
poco encarnada: la de visera desflecada y eternas
manchas de grasa como único adorno posible. Todavía
hoy recuerdo el desbande que se armaba entre el
piberío atorrante que lo esperaba sentado casi
siempre sobre el cordoncito de ladrillos de canto
que existía para dividir la vereda de la calle, bajo
los plátanos corpulentos de Rivadavia y Brown.
Fue una tarde de invierno de garúa finita cuando
empezamos a darnos cuenta que GIUSSEPPE no estaba
mas entre nosotros. Que ya no lo veríamos pasar
semidescalzo, esquivando con habilidad innata los
cascotes que proliferaban entre la tierra ardiente
de mi pueblo chico. Que buena parte de la idiosincrasia
sencilla de nuestro querido Bigand había comenzado a
perderse de una vez y para siempre.
Eran los tiempos en que Víctor Heredia empezaba
a emocionar hasta las lágrimas a todo un país con su
tierno y legendario "viejo Matías". Y Giusseppe
tenía demasiado de aquel solitario personaje del que
hablaba la canción. Vaya que los tenía. Corría la
década del sesenta. Epoca de recios revolucionarios y
revoluciones reaccionarias. Tiempos de Ratin en
Wembley y Nicolino en el "Luna". Cuando el mundo se
debatía entre partidarios del Vietnam sangriento y
hippies pacifistas caminando sobre superhèroes
blancos y negros masacrados. Años de vacas gordas y
bolsillos flacos...
Mientras todo eso pasaba afuera, los humildes
habitantes de este pequeño pueblo de campaña que
todavía ni soñaba con el pavimento, se asomaban con
unción casi religiosa a las rendijas de sus ventanas
para ver pasar a Giuseppe, el loco, uno mas de los que
desde su casi anonimato abundan a lo largo de toda
nuestra geografía de pampas chatas y esperas largas
como el viento del norte
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