sábado, diciembre 31, 2005

** EL VISITANTE


Se apareció en casa como a las once de la mañana de un jueves cualquiera,con el calor asfixiante de finales de año
y su correspondiente cielo sazonado en moscas. Era uno de esos días en donde la constante pesadez del estío rosarino requiere
soluciones mas de fondo que el permanente rito de un apantallamiento contínuo. Se apersonó con cierta rigidez y movió su cabeza hacia delante a manera de formal reverencia. Así mi sorpresa hizo eclosión en un largo suspiro que no permitió oír la primera parte de su alocución sencilla, limitada a solo cinco o seis palabras llovidas desde el interior de una boca enmarcada en anguloso rostro de generosa barba y cabellos al viento. Su facha parecía provenir de algún otro mundo, un reino quizás más etéreo y tal vez mucho menos complicado que el mío. A todo esto, el sádico verano venía flagelando mi piel en forma de permanente ardor que se plasmaba en miles de gotas de sudor gomoso, mientras el visitante mantenía su figura libre de máculas y exenta de recibir los daños que el calor propina al resto de los mortales.

Dirigiendo la vista a las alturas tendió ambas manos en dirección al norte, y sin pronunciar ruido ni sonido alguno marchamos lento, levitando por sobre los empedrados hirvientes y una seguidilla de desprolijos techos de la periferia, la que nos fue guiando hasta dar con el centro mismo del parque Independencia. Allí una fuerte ráfaga de viento del norte me refrescó el torso al tiempo que oscuras nubes de cizañeros mosquitos iban cayendo en picada sobre nuestro flaco par de lomos sin hacernos el menor de los daños.

Ya en lo alto pude deleitarme apreciando cómo los pájaros del parque se solazaban emitiendo gorjeos y trinos celestiales mientras cientos de chicos, a pesar de su natural etapa de formal egoísmo, se intercambiaban golosinas, brincaban tomados de la mano, y hasta compartían sus juguetes divirtièndose a troche y moche. Los mas jóvenes ayudaban a cruzar la calle a los ancianos y éstos agradecían al cielo con una sonrisa enorme, transparente. Todos en las veredas osaban saludarse, arrojarse besos. Los plácidos adolescentes cortejaban a sus noviecitas llenándolas de flores, recitándoles poemas de Neruda mientras entonaban arcaicas canciones de amor prendidos a cientos de luminosas guitarras imaginarias. Mi compañero de vuelo solamente meneaba la cabeza y a cada tanto guiñaba su ojo izquierdo sintiéndose cómplice de tamaño trastoque. Estaba alegre como jamás nadie debe de haberlo visto. Era la gloria manifestada en el mejor de los síntomas. El bello trance duró larguísimo rato, muchas horas, quizás días, y esa enorme sensación de bienestar ganaba con creces la totalidad de mi cuerpo, el que se iba distendiendo lentamente y, sin demasiadas vueltas, estaba comenzando a experimentar un gozo inusitado que supuse eterno.

De pronto, y como siempre ocurre en estos casos, todo se ensombreció. El cielo pasó a tomar una fiera coloración grisácea virando al negro mas cerrado. Temblé como una hoja. Miedos y más miedos reincidentes emparentados con el clima tempestuoso fueron modelando mi temple muy a pesar de que en mis mocedades supe tomar a la lluvia como a una bendición de las alturas. Un presagio tan oscuro como el entorno me erizó los cabellos, crispó mis manos y entumeció en mí toda capacidad de discernir sobre realidades o fantasías. Así los pájaros huyeron lentamente emitiendo raros graznidos que bien pudieron ser de dolor o de fobia. Cada uno de los chicos, antes de emprender retirada, desató su malicia arrojando arena en los ojos de su vecino a la vez que vimos cómo las parejas otrora enamoradas se empeñaron en mostrar al mundo su enorme colección de gestos obscenos mientras alguna que otra parte pudenda era dejada al descubierto.

Me di cuenta de la desazón de mi amigo cuando una pesada lágrima le rodó desde la mejilla a la túnica. La pálida figura no extendió los brazos ni me obligó a seguirlo. Evitó el pobre tipo hacer otra cosa que no fuera caminar cabizbajo, a paso lento, encorvar su porte descarnado y lanzar un sonoro gemido que terminaría por perderse, junto a él, en el centro mismo del laguito del parque, girando en un enorme remanso tachonado de espuma y cientos de miles de burbujas de aire.-


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martes, diciembre 13, 2005

** EL VELATORIO DE EDIPO



Desde chico, y a raíz del carácter altamente
dominante de mi santa madre, el bueno de papá,
mis hermanos Luisa y Cosme y este pobre
compendio de penas propias y ajenas que vengo a ser
yo, sufrimos las consecuencias de estar siempre en
un segundo nivel: el de los desprotegidos, el
que nos convierte en una suerte de parias
familiares, o simplemente en los hijos de tal,
el esposo de cual, o los hermanos de talicual;
algo que tiende a exaltar un poco el enorme
plano inclinado en el que tuvo que avanzar mi
vida desde el instante mismo del
alumbramiento, que no fue traumático, es
cierto, pero que dejo el enorme reguero de
ácidas vacilaciones cada vez que debí ejecutar
por propia cuenta uno de mis actos, ciertamente
en pocas oportunidades, ya que para todo estaba
ella, mamá, y su dureza de genio solucionaba
cualquier inconveniente que pudiera plantearse.
Nunca fui Edgardo Efrain Lopez, como supo
anotarme el juez Linfatti; ni siquiera Chiche,
Cacho o el Bobo,que va. Simplemente me llamaban
"el hijo de La Irma"; y yo, víctima de un edipo
galopante, me solazaba disfrutando de la
popularidad de la vieja con el serio agravante
de que lo hacia con ganas. Claro que esto solo
sucedió hasta el momento mismo de mi irrupción
en el quinto grado de la escuela primaria,
donde tal vez halle el primer desencuentro
emocional al notar que ese problema de
identidad estribaba en el hecho de que todos me
habían bautizado en segundas aguas como el
Irmo; y así el mundo comenzaba a olvidarse
definitivamente de López, del Edgardo, y hasta
del ridículo Efrain, nombre que de por sí solo
se presta a las cargadas. El caso es que seguí
siendo el Irmo hasta hace poquísimo tiempo
atrás, cuando tuve la brillantisima idea de
cortar el chordón apelativo y abrirme paso solo
por la vida sin necesidad de ser simplemente
"el hijo de".
Lamentando con sinceridad la falta de
iniciativa del resto de mi familia, empecé el
derrotero fabricando unas tarjetas de cartulina
muy bonitas de símil entelado, con letras rojas
fileteado negro que rezaba Edgardo F. López
Cuatrochi, Transacciones Comerciales a pesar de
ser solo un pobre y miserable busca con tres o
cuatro pibes de la calle a cargo. La cosa
obviamente no prospero y todo Pichincha hubo de
cagarse literalmente de risa ante los dos
apellidos disonantes, mas no faltó quien pegara
un ejemplar de mi carta de presentación en la
pared blanqueada de un anden desnudo de Rosario
Norte con el agregado, en rojo también, de
"alias el Irmo", lo que casi termina por
producir uno de los bajones antológicos mas
grandes de este siglo ,pero que lejos de
hacerme entregar el rosquete instome a seguir
tratando de borrar las penas que eso supone,por
lo que elucubrè la idea de conseguir un
préstamo con vistas a dejar de ser peatón y
convertirme en una parte mas de ese todo que es
la conjunción hombre-auto, olvidándome que
después de la primer cuota viene una segunda, y
después una tercera y así sucesivamente. La
agencia, con el mejor de los tinos, decidió
quitármelo por las buenas y volví a ser
nuevamente el Irmo, pero a pata, por lo que no
tuve mejor iniciativa que romper la alcancía
que mi vieja me regalara al cumplir los
dieciocho, y con los ahorros hube de comprar un
prolijo maletín de cuero al que, a manera de
uniforme, agregué cierto ambo azul y gris
adquirido otrora en una barata de la calle San
Luis con la esperanza de ser alguien, esta vez
vendiendo libros de texto casa por casa pero de
elegante sport,como dicen por ahí .Pero dicen
también que el mundo es un pañuelo y en menos
que canta un gallo, otra vez se interpuso entre
mí y la gente, el fantasma dominante de mi
madre,la Irma,encarnado ahora en la piel de los
vagos del café del tío Pepe, en Ovidio Lagos y
Brown, quienes formando una monolítica barra se
reunieron frente al domicilio del doctor
Ezquerra, viejo cliente de cuanto escolazo ande
dando vueltas por ahí, para gritar a viva voz
Ir-mo, Ir-mo !!! algo que me saco de quicio
primero, me distrajo después y provoco luego
que en el descuido aparezca un petisito orejudo
de pelo ensortijado y dientes desparejos que,
con genial maestría, supo arrebatarme el
maletín con los doscientos pesos recaudados
adentro. Lo mas lamentable es que a ojos vista
seguía siendo un pusilánime, un triste y
solitario don nadie, como sucedió siempre a lo
largo de mi penosa vida . Don y nadie fueron
palabras que retumbaron como bombardeo
incesante dentro de esa oscura sensación de
existir que todos llevamos dentro, pero
igualmente seguí tragando por días y por noches
la amarga saliva del complejo mal resuelto
hasta que, tras un cascado chasquido de dedos
enguantados, percibí que el instante mas
glorioso de mi vida estaba cerca, que la
solución al problema pasaba , como supo
indicarlo el manual del ejecutivo posmoderno,
por el útil, fiel y nunca bien ponderado
celular. Solo el celular da status, grité, el
celular lleva el mundo a tus oídos y a vos al
gran mundo,chillé; el celular es el arma de los
triunfadores, oí decir a un yuppie. Y ahí nomás
gasté hasta el último metal de los póstumos
ahorritos, y corrí a hacerme cargo de esa
hermosa libra de plástico parlante gracias a la
cual afirmo hoy, cuatro de agosto, que se
terminaron todos los apodos y las entelequias,y
las periequias, y las acequias, y Pichincha, y
el bar del tío, y los chistes de la barra y el
estigma de mi vieja ,por supuesto . Ahora todo
cambio para bien, señores, ahora todos pueden
verme a diario apostado en la puerta de la
bolsa de comercio, charlando con alguien de mi
misma laya, o parado en el centro mismo de San
Martín y Córdoba, o en las mismísimas
catacumbas del Circulo, señores , siempre
manteniendo la cordura en forma de amenas
conversaciones subidas de volumen, donde mi
impecable traje gris conforma solo una muestra
que marca el rumbo de mi nueva vida,carajo, la
pucha que valió la pena irse del
barrio, señores, se termino el Irmo,se acabo el
don nadie esta vez y para siempre. Ahora tengo
la enorme dicha de ser,nada mas ni nada menos
que ... el boludo del Movicom.

** NIÑOS SILVESTRES



El 70,4 % de los chicos Argentinos son pobres.Más de 3.500.000 niños viven bajo la línea de indigencia. El 40 % de los chicos pobres tiene un coeficiente intelectual 20% inferior a los no pobres



“Niño de nadie
que buscándose la vida,
desluce la avenida
y le da mala fama a la ciudad…

Niño silvestre
lustrabotas y ratero
se vende a piezas o entero,
como onza de chocolate”

Joan Manuel Serrat


En la soledad de la pieza, ese 24 de diciembre, casi en nochebuena, me había prometido a mi mismo que a pesar del frío y del estrecho contacto con el invierno europeo evitaría la nostalgia. La ventana de rejas estrechas me mostraba una Barcelona distinta a cada rato. Con el primer sol mañanero, que aparecía de a gotas, Cambrils tomaba una escueta tonalidad dorada, solamente interrumpida por repentinos aleteos de las nubes mas bajas. A rigor de ser sinceros, el aire puro de aquel último resabio de amanecer conspiraba contra todo intento de hacer otra cosa que aspirarlo lentamente, como quien digiere un añejo licor que fortalece el espíritu y adormece las ideas. Mas tarde el ambiente no iría a diferir sustancialmente del de cualquier ciudad europea típica, donde el smog de toda España se me vendría encima; desde el humo antojadizo de Tarragona hasta el perfume de mariscos rancios de San Fernando de Cádiz. Sabía que era una exageración esa descabellada idea de la mezcla de olores, pero me sirvió para que ensaye una nerviosa sonrisa, y eso vale. Bajé las escaleras con cierta dificultad y al ingresar al bodegón antiguo me crucé con un chiquillo escuálido de apariencia y acento moros que salió a abrirme la puerta. Sus rodillas descarnadas y desnudas se tocaban peligrosamente entre sí cuando subía o bajaba las escaleras de mármol. Con vocecita tintineante, por momentos estridente, me contó en tan solo dos minutos y casi sin respirar , vida pasión y muerte de todos y cada uno de los integrantes de su familia, además de revelarme ciertos detalles triviales que no escuché pero simulé oírlos tan solo por no desairarlo. El niño era una cruda postal el hambre y la desesperación por lograr un poco, al menos, de tanto cariño que mezquinamente anda desperdigado por el sol traicionero de Montjuich o las ramblas rebosantes de viajeros sordos, ciegos y mudos a sus requerimientos básicos. Todos lo conocen, lo excluyen por su raza, lo segregan por su estampa, lo cruzan en las esquinas de las grandes ciudades y lo ven en los semáforos de los suburbios. Lo hallan revoloteando la puerta de algún cine o rebuscando como trofeo de guerra un mendrugo de pan en los contenedores de basura que coronan los restaurantes top. Lo conocen mucho más los pequeños líderes políticos, obviamente encargados de representar algún plan social con cierto tufo a trampa, lo conocen a él, a sus amigos, a sus hermanos, y a los amigos de sus hermanos . A nadie escapa que cuando crezca y llegue a los dieciséis años será mas conocido también en tribunales, toscas comisarías, centros penitenciarios y en el mundo infesto y nauseabundo del tráfico de drogas y los ajustes de cuentas.
Y así fue que establecí un raro paralelo con mi patria, con mi gente, con las villas y con ese fantasma insobornable de la discriminación bastarda. Y lloré de a puchos, como solo lloran quienes tienen desgarrado el pecho oel alma hecha jirones. Y hube de hacerme a la idea, a pesar de los miles y miles de kilómetros de agua salada que separan ese mundo del mío, de que por momentos regresaba al tercer mundo, al de las miserias que a diario convocan la lagrima furtiva de esos niños silvestres que en la mesa de un bar saturado de angustias ruedan convocando a la moneda salvadora que quizás les permitan hacer menos jodido este presente navideño de moco y sobras de comida. Pero estaba en Europa, donde supuestamente las cosas se ven con otros ojos. Y gemí un poco más, y me abalancé sobre esa hamburguesa a medio comer, sosteniendo que nada y mucho tienen en común ambas fiestas. Y me vino a la memoria el recuerdo de Carlín, quien sonriéndole a la malaria abría puertas de taxi frente al bar del Pepa, cruzando la estación de ómnibus, o veía en ese chico moro al Galleta Rodríguez, que hacía tintinear con agrande el puñado de monedas ganados a la lástima en el bar de Buenos Aires y Nueve de Julio , o al palito Gómez, atiborrando la bolsa de nailon celeste con las sobras del McDonald, mientras exhibía con mal disimulado orgullo la auriazul desteñida y con flecos firmada por Palma. Pasó por mi retina también ese jadeante carasucia de “La Rana”, quien cada veinticuatro de diciembre, envuelto entre los tules de la inocencia, trabaja con entusiasmo navideño en el duro arte de despejar de yuyos el caminito de tierra despareja por donde pasean su resignación ancestral los desteñidos carritos de la miseria. Y el hambre, y la mueca, y aquellas lágrimas furtivas humedeciendo el triste par de alpargatas vacías en la mañana siguiente que serán, seguramente, las gotas que rebalsan el vaso de la paciencia.
Atesoraba para mí el amargo zumo de la nostalgia, y recurría en el hecho de comparar y darme cuenta que la cosa pinta fulera en todos lados para un pibe de la calle. Pero quise creer que, aunque sigamos empeñados en cambiar el mundo a cañonazos, al final del camino siempre hay un pequeño lugarcito en cada alma entumecida para que a partir de la rabia comencemos a pelearle al hambre, a la desnutrición, ayudemos a fomentar una educación y escolarización en serio y nos pongamos a levantar desde el pie una cultura del trabajo digna para padres y adolescentes. Quizás sea así como entre todos podamos mantener encendido el tímido tizón de la esperanza.

** LA BOINA BLANCA


I

El día se presentaba lindo, seco, brillante; como bien lo hubiese definido mi tío Pocho: “un día peronista”, decía, aunque no había que ser demasiado ducho en reconocer gestos para advertir el guiño cómplice de su ojo izquierdo. Todo en él era socarrón, especialmente cuando se refería al tema de la política partidista, ya que había sido radical, muy radical; pero de aquellos, los de la boina blanca hasta las orejas y la foto del peludo en el interior de la puerta del roperito individual. Todos en su momento atestiguaron que no se llevaba nada bien con la dirigencia que le había tocado en suerte, y hasta aseguran que alguna que otra vez supo tomarse a golpes de puño con aquellos a quienes sabia y acertadamente denominaba cogotudos oportunistas. Demás está decir que cobró para èl y toda la familia, incluido el perro, las dos gallinas ponedoras y el cardenal amarillo que aburría con sus trinos lastimeros a los gorriones libres.
Bien, la cuestión es que de tanto andar deambulando por los comités se le pegó en cierto modo el léxico chantocrático de los caudillos populares, de la misma forma en que supo adherírsele con ganas el engrudo tibio entre los dedos amarillentos de nicotina, acompañante insobornable de aquellas noches de vino barato, de damajuanas, de mate prolongado y de afiches puestos casi en la clandestinidad.
Una fresca mañana otoñal, con el acabado gris del cielo que preanunciaba lluvia y una alfombra dorada de hojas de plátano crujiendo al paso de la gente, tuvo el raro privilegio de conocer las rejas de la comisaría, pero del lado de adentro. Su eterna bohemia y el arcaico oficio de buceador de imágenes perdidas bajo el alcohol tornaron a la situación en no demasiado grave y jamás llegaron a preocuparle demasiado las consecuencias; máxime si tenemos en cuenta que su único trabajo forzado fue cebarle unos trescientos veintitres amargos al comisario de turno y lustrar los borcegos de todos los guardianes del orden, quienes no eran mas que cinco buenos muchachos empeñados en hacer cumplir la ley. Lo caratularon como desacato y no era para menos. Tuvo (en realidad era su costumbre de años)el desatino de hacer un pequeño agregado a la primer palabra con que comenzaba sus mentados discursos el General. La plaza, dicen, estaba de bote a bote ese primero de mayo del cincuenta y tantos. Por la propaladora del pueblo, inmediatamente después del himno y la marchita, un acople que sonaba metálico atronó el ambiente dejando escuchar el clásico “compañeeeeeros...”, a lo que él, desde la esquina del boliche de enfrente, de pie y apoyando las palmas en el caño horizontal de su bicicleta herrumbrada, remató con un sonoro “son los huevos...”. Salvo los más consecuentes con la doctrina justicialista, que seguían extasiados la arenga partidaria, el resto no pudo seguir escuchando a su líder. Todo comenzó con un murmullo imperceptible que fue haciéndose cada vez mas fuerte y culminó con una carcajada generalizada. Seguramente esto fue lo que irritó a algún dirigente de cierto peso entre las bases quien, a no dudarlo, carecía del sentido inocentemente amistoso que mi tío la daba a la lucha entre los diferentes partidos. Tal vez eso vaya a dar una explicación coherente a la pobreza franciscana que lo acompañó durante su no tan larga vida. O a la envolvente soledad en que estuvo sumido en el momento mismo de recorrer la ultima etapa de su existencia, muy a pesar del culto a la amistad que supieron prodigarle otros tantos crotos como él, en su inmensa mayoría peronistas de la primera hora; pobres almas que se consolaban mutuamente asolando mares de vino triste, compartiendo impotentes broncas en la mesa lindera a la ventana del barcito humilde de la calle Mitre al fondo.
Hasta se había convertido en parte del paisaje su brocha gorda derramando engrudo por toda la mano derecha. Y el pucho, mojado, que él mismo armaba y encajaba sistemáticamente entre la comisura de los labios. Y su tarro de Shell abollado, con manija de alambre retorcido salpicando harina y agua por el reborde de cada tapial del pueblo sometido a aquella perspicaz pegatina.
Cómo no imaginarlo solitario, en cuclillas, desafiando a la niebla persistente de una noche cerrada, tratando de golpear primero y obtener así el merecido premio de ver convertido en un autentico collage democrático al preciado paredón del correo, por ejemplo, de casi una cuadra de extensión con ochava incluida. Su axila se había adaptado ya notablemente al rollito de papeles baratos, ni siquiera satinados. El gorrito de diarios, característica obligada de humilde pintor de obras, iluminaba la oscura noche con su reflejo de descaro al ser alcanzado por el farol indiscreto de cierto vecino curioso o la insípida linterna de un policía de ronda.

II

El bebé de seis meses, bastante avispado por cierto, se divertía tirando de uno de los bordes de la puntilla española que terminaba en puntas y formaba perimetralmente el borde del mantel de algodon que cubría la mesa oval. Tres jaulas con idéntica cantidad de canarios flauta en su interior colgaban prolijamente de sus correspondientes pies de hierro y dejaban escuchar gorjeos en tres diferentes tonos. En el aire todavía se respiraba el suave aroma de las glicinas en flor.
Un corralito con barrotes de madera yacía deshabitado contra el viejo sauce que dividía el terreno del fondo con el baldío lindero. Tejido de alambre aplastado de por medio y una hilera de tres o cuatro plantas de ricino semejaban una tosca y humilde medianera.
- Le traje esto al pibe –murmuró con su clásica voz fuerte y chillona a la vez. - Creo que ya es tiempo de que vaya aprendiendo.
Sus manos percudidas abrieron el bolso azul y lo sostuvieron de una de las manijas. La otra solo estaba reemplazada por un trozo de piolín doble que aparentaba un nudo marinero imposible de copiar. El interior era todo un pandemónium donde se podían hallar pinceles, pinceletas dos pares de estampitas de María Auxiliadora, un atado con quince votos de Balbín y, en el fondo, rodeado de anzuelos, un paquetito blanco con letras rojas que explicaban las cinco razones por las cuales la gente prefería comprar en Casa Boretti. Con sonrisa de triunfo y aire de emotividad lo extrajo enderezando su figura enclenque y se lo pasó solemnemente a mi viejo.
- Sacála vos –dijo inflando el pecho- que yo tengo miedo de ensuciarla con grasa. Me la consiguió don Miguel –agregó-. Dice que se la dio Malaponte en persona...
- Al final, podrías haberle regalado el gorro de Boca –recriminó con sorna mi padre al tomar la boina blanca resplandeciente, casi inmaculada- Por lo menos le va a dar alguna satisfacción en la vida!! Ensayando un gesto de fastidio seguido por cierta sonrisa obligada, dio media vuelta y salió dejando el mate a medio tomar. Meneó la cabeza hacia ambos lados y alzó con dificultad los tachos de pintura roja y blanca. Era evidente que la innata falta de tacto del viejo había dado un fuerte golpe bajo a su amor propio, algo que provocó en él la misma reacción que produce el reto a un chico tras una sonrisa encubierta.
- Bueno- respondió- hagan ustedes lo que quieran. Yo me voy a terminar de pintar el tapial de la comuna.Y cuentan que se fue; se fue silbando un tango arrabalero de Gardel y Lepera que al decir de mi madre, quien era mas bien práctica y nunca supo entender demasiado su elemental vagancia, sonó con la lentitud y tristeza de un lamento.

Pasó esa campaña, otra y otra más. Sus dedos tembleques siguieron tiñendo de rojo y de blanco las paredes descascaradas de las tapias del pueblo. La brocha, inquieta y trasnochada desangró hasta el hartazgo mares de engrudo pegote sobre ladrillos desnudos, mientras quien la empuñaba soñaba despierto con ver su nombre reflejado en alguna lista de candidatos. A tanto llegaba su inútil esperanza que hasta tenía preparado el machete con su propio discurso, que sacaba a la luz en las noches en que los vahos del alcohol se apersonaban en su figura endeble.
Bebió con angustia el trago amargo y la desazón del once de marzo del sedtenta y tres. Su desilusión lo mandó a sumirse en la peor de las depresiones al no encontrar referentes políticos en casi ninguna de las instituciones. Se ahondó aún más su antiguo malestar cuando llegó el receso que ocupó los sangrientos años posteriores al setenta y seis. Eran tiempos de marchas, de contramarchas y de largos comunicados leídos con estúpida arrogancia.
Pero como todo llega, el ochenta y tres también llegó. Y llegó de la mano mágica de una incipiente democracia con la que teóricamente se curaba, se comía y se educaba. Otra vez apareció la enorme sonrisa de mi tío Pocho, desdentada y un tanto grotesca ya, paseándose por cuanto espacio vacío quedara esperando su sello de eterno pegador de carteles ajenos. A tanto había llegado su comunión con la política, que los más nostálgicos juran y perjuran ver todavía su imágen desgarbada arrastrando una frágil escalera por la veredita despareja que se pierde en la puerta del comité del barrio. Consciente de que cada vez son menos los lazos que me unen al centenario partido lo escucho cepillar con regular cfrecuencia, casi sin hacer ruido, aquella vieja, histórica e inconmovible boina blanca que me regalara al cumplir mi primer medio año de vida.

Le diagnosticaron cáncer de garganta, pero íntimamente él y yo sabemos que la causa fue otra mas descarna y terrible. Como buen descendiente de vascos sucumbió sin dar brazo a torcer tras una enorme sucesión de olvido y desengaños y no supo hacer otra cosa que tomar la extrema determinación de dejarse morir entre las grises sábanas de un viejo hospital público.
Se fue como vivió: triste, solitario, casi clandestino, con la vaga esperanza de volver a empuñar la brocha gorda. Pero ni siquiera tuvo la fuerza necesaria para guiñarme el ojo izquierdo al divisar la luminosidad extrema de las tres y cinco de la tarde de ese día peronista.










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lunes, diciembre 12, 2005

** MIEDO AL CAMBIO (monólogo sindical)



Pará un poco, che! Mirá que sos cabeza dura, Quiroguita, eh. De dónde sacaste eso?
Ahora, justo ahora, en medio de todo este kilombo me vengo a enterar que el Rodolfo Quiroga, Quiroguita pa'nosotros, le anda teniendo miedo al cambio.
Si es pa'no creer, viejo, pa'no creer!
Ya te olvidaste, pedazo de ingrato, quién te sacó de la yuta el día aquel de la rompida de vidrieras en la plaza e´mayo.Eh? Quien, a ver?
A ver, decilo, dale! Este dolobu, te sacó; el mismo que viste y que calza.
Y te olvidaste de todas las vueltas que tuve que dar alrededor del milico ese petisito con cara de mono que te cazó de las pestañas con el cascote en una mano y un saco de Modart enroscado al cuello? YO te saqué, Quiroguita. Y mirá que te iba grande el saconi azul, eh... Si hasta te parecías al chabón disfrazado de estatua que vimo'en Pinamar el otro día..Cómo que cuándo? Cuando fué la reunion plenaria con los capos del gremio. El día de la tormenta, pegadito al muelle,no te acordás...?
Ah, cierto que a vos no te invitaron... Pero bueno,che,ya va a haber tiempo pa'todo, vas a ver.
Te decía que cuando lo vi al chabón ese con el jetra que le sobraba por todos lados, me figuré patente al Quiroguita haciendo rostro en el rioba ante las minitas del colegio de monjas. Al pedo, nomás...! Porque con esa carompa no podías aspirar mas que el aire que te pasaba frente al naso,che.
Eh, pero pará, loco, que era una joda, no te calentés, tampoco... Vo tenía sentido del humor antes...
Y bueno, grone, que va'sé, no todos pueden tener la pintusa de un servidor...

Pero como te iba diciendo, así que ahora el señor Quiroga le tiene miedo al cambio. Miedo de qué, me pregunto. Miedo de estar peor que ahora??? Si la guita después del quince no te alcanza ni pa uno de mortadela y queso e'máquina . Ni que parlamentar de lo que se puede hacer pa'la diversión, carajo; eso es pa'los que tienen vento. El resto aplaude, el resto se jode, el resto se hace la del mono...
No ves... ya me estás haciendo decir guarangadas; cosa que no quiero,Quiroguita. Pero vo'me sacas del quicio con tus boludeces. Que queré que te diga...

Claro, ahora el tipo le tiene miedo al cambio, mirá vó. Tiene miedo que le metan la mano en el bolsillo,seguro. Tiene miedo de que los chorros le saquen hasta las pelusas del umbligo, le saquen. Que los pibes se le falopeen adelante de su jeta, o que los cuatro o cinco acomodados de siempre se queden con toda la riqueza de este noble ispa que nos cobija a todos. Tiene miedo de que lo poco que le quede se lo vayan a llevar los de afuera.Porque ahora no se lo llevan, claro...
Segun el ñorse, ahora estamo' en la gloria, estamo. Caminamo'inserto en el primer mundo, caminamo...
Ahora todo los chabones comen peso y cagan dolar... Ahora estamo -y mirá como te lo digo- en la panacea universal, estamo.
Ah la mierda!!! Como hablamo ahora, Quiroguita!!!
Debe ser el hambre del obrero y los tordos del sindicato que a uno le aceleran la sin hueso y le van aclarando las ideas de la sesera para que "salga a predicar la doctrina que nos lleve a distribuir equitativamente la riqueza, para que dejemos de padecer la pobreza y la miseria que nos van diezmando sistemáticamente". Pahhh... Romerito viejo y peludo!!! No te hablas nada, carajo..!!! Todo eso lo aprendí pa' decirlo en la plaza el viernes, y ya vas a ver a todos los monos aplaudiendo y pidiendo a gritos
pa ro !!!
pa ro !!!
pa ro !!!
y el Romerito éste que está acá, levantando ambas manos pa'rriba les va decir que lo vamos a discernir, te gusta esa palabra? Si? Lo vamos a discernir en la mesa de negociaciones y en el medio le via meter algun latiguillo de esos que decía el turco Miguel a cada tanto; que el hambre, que la marginacion, que el imperialismo, que lo yanki... vo me entendés, Quiroguita, no?
Ma´que vas a entender vos, enano mental, si le tenés miedo al cambio, le tenés. Así nunca vas a ser un sindicalista de raza, perdonáme. Así vas a seguir cagado de lorca al lado del horno de la panadería del gayego. Y mirá que te explota ese guacho eh... Ah, pero te compra con un kilo'e pan todos los días y una docena de fatura vieja los domingo a la tarde. Pero el señor se da el lujo de tenerle miedo al cambio, se da.

Che negro; vos no te estarás poniendo medio gorila,no? Porque es lo único que falta: el negro Quiroga, gorila. Te la regalo cuando se enteren los chochamu del café del flaco... Como van a cagarse de risa los grones... Se van a agarrar la panza, se van.

El señor Quiroga odia el cambio... él está muy bien así como está, está bárbaro, no va al piquete, piensa laburar el día de huelga porque tiene miedo que Gonzalez, el trompa, le quite de su canasta familiar el pan de cada día y encima lo rebaje de categoría. El señor Quiroga no apoya las movilizaciones populares porque no quiere dejar de ser maestro de pala y dedicarse a barrer la cuadra. Que tal?
Y las reivindicaciones, negro???
Y la lucha???
Y la malaria???
Y el general???
Por donde te pasaste todo eso, chabón? Mirá que te pusiste cagón, Quiroguita, eh... Mirá que un luchador como vos, con miles y miles de horas de estar en cafúa, con un millón de deudas con la justicia por defender al obrero...
Ahora me vengo a enterar que odia el cambio. Si es de no creer, negro, de no creer...

Te acordás cuando entre todos te compramos aquella bici toda despintada? Si hasta los gomines estaban podridos. La inflabas cuando salías pa'l piquete y justo justo en el momento en que decidías borrarte porque caía la yuta, tenías que rajar en llanta,tenías. Pero el negro Quiroga en esa época iba al frente... Si señor!!! En llanta... a pata... esquivando los cuetazos... como sea, pero el negro se las bancaba todas, hay que reconocerlo. Claro, yo te miraba medio de lejos,grone, vos debés acordarte. Es que era medio pichón por esos tiempos, y a mi vieja no le cuadraba demasiado eso de hacerle tanto frente a la cana. Entendéme Quiroguita.. Pero siempre estaba ahí, como de reservista, si, haciendo bulla con los parlantes, revoleando panfletos y todo eso; pateándole los tobillos al capital, que le decíamos.

La bicicleta gris... negro...mamma mía... que recuerdos...
Y todavía la tenés, degenerado. Mirá que tiene historias, la pobre. Hasta me acuerdo que un gendarme le pegó un hachazo en el caño y vos, atorrante de mierda, lo andabas exhibiendo como una herida de guerra por todos lados, como si fuera un minón infernal, che.. Como si te hubieras levantado a la Carola Bustos, esa que nunca mejor puesto un apellido. Bustos,digo, por la delantera,negro, me entendés...
Y vos,chocho con esa bicicleta gris, que todavía te sigue llevando al laburo y por la que nadie te va a reclamar un sope, claro, si es tuya al fin y al cabo. Quien se va a oponer que vayas en bici a la panadería a ganarte el mango, negro, aunque ahora muy suelto de cuerpo te niegues a darme una mano en esta lucha, que es cruel y es mucha, como dice el tango.

Andá, vos y tu miedo al cambio; andá con tus temblequeos, Quiroga, pero andá sabiendo tambien que lo único que te pido es una gauchada. Una sola y pedorrísima gauchada, a título personal, por supuesto, y vos la seguís machacando con eso del cambio. Si al fin y al cabo el cambio es como una palanca, una triste, solitaria y fría palanca...

Cuchame bien, negro: vos arrancás, me dejás a mil metros del piquete, yo me bajo, camino un poco, que entre pariéntesis me hace bien a las gambas, vos agarrás el dichoso cambio, ponés primera y te vas chiflando bajito sin que nadie te june. Tanto te cuesta?.

Ah, eso sí, negro, ni se te ocurra andar toreándole a los milicos,eh. A ver si te vuelven a pegar un hachazo como la otra vez y los muy hijos de su madre le rayan la pintura.
Mirá que la cuatro por cuatro me salió como cuarenta y ocho
lucas, me salió.

** EL CAMPITO


...Eramos siete u ocho de cada lado y nos importaba un
pito lo que pasaba detrás del arco, allá
nomás,cruzando la calle;calle que solamente se
limitaba a una larga franja marrón grisácea
salpicada de incipiente gramilla de un lado y del
otro, y en cuyo costado izquierdo,como quien mira al
centro del pueblo,se recortaba la figura de un
maizal chiquito , como de una hectárea mas o menos, siempre tirando hacia arriba ante la paciente mirada del
vasco Nieto y su caballo Margarito,al borde de la locura
este último porque entre pelotazo y pelotazo,todos
nos la ingeniábamos para molestarlo a la hora de
sorber la gloria de llegar a casa con un manojo de
choclos bajo el brazo, aunque tambien lo sufrió el
dueño,quien desde su eterna sequedad acunaba para si
desentendidos guiños cómplices.
Alguna que otra mata de pasto rebelde adornaba el
campito,que no era mas que un trozo de baldío que
matizaba la indigencia en las orillas, con su piso
desparejo de tierra ya pelada y un solitario manchón
de trébol como ultimo bastión del pasto verde en el
paisaje. El limite de la cancha practicamente no
existía y el horario de juego variaba en la hora del
comienzo pero acababa en un berreo interminable
cuando se encendían los fuegos amarillos de algún
asadito cercano y empezaban a brillar las pocas
luces desinfladas de la calle Brown,a las que el
mercurio ni por asomo pensaba en concederle el
brillo de estos tiempos.En el idioma canyengue de
las grandes ciudades se llamaban potreros, y los
picados jugados ahí plasmaron la habilidad innata de
tantos y tantos idolos de pibes como
nosotros,hambrientos de fantasía redonda y saltarina
y de sueños reos exagerados hasta el paroxismo.
Corrían los años sesenta cuando viví los últimos
coletazos de fiebre futbolera de entrecasa.Recuerdo
que había, como ahora,canchas auxiliares en los dos
clubes de mi pueblo chico,pero a la hora de
elegir, absolutamente todos nos inclinábamos por el
campito;tal vez por aquella razón inexplicable de
entender si no asumimos que cada uno tenia su
corazoncito y que costaba demasiado desprenderse de
esos arcos levantados con postes de sauce recién
cortado, que algunas veces hasta se prolongaban en
tiernos brotecitos verdes como corolario de la
evidente irregularidad de los maderos.
A la manera de las bandas de delincuentes,cada uno
de los carasucias con aspecto de
atorrante-fugado-del-aula tenía su propio apodo de
guerra.Surgen ahora los recuerdos vigentes del
Totón,de Pasasi,del Turi,de Largo,del Pili y de tantos
otros a los que la adultez mas o menos sensata
volvió a restituirle el nombre de pila que le afanó
el campito.
Dentro de las limitaciones que suele tener el
hombre en la etapa de su infancia mas tierna,se
exteriorizan a veces algunas iniciativas
aparentemente serias,como por ejemplo,formar un
pequeño club a la manera de los grandes :social y
recreativo,quizás sin conocer el verdadero sentido
de estos vocablos, pero percibiendo el halo de
bienestar vertido a rajatabla entre gambetas y
berrinches. Se contaban cuentos,algunos
inconcientes rendíamos culto a la rabona,y los
primeros vientos fuertes de agosto no podían pasar
sin llenar el cielo de la canchita con barriletes
sencillos que elevaban a las alturas los colores de
nuestros clubes favoritos,siempre con una gran
supremacía de los azules y los oros,por
supuesto,pero mi actual recato impide discutir el
tema en este momento. Esos barriletes,decía,una vez
me costaron hasta un reto del comisario,lo que para
un pibe de siete u ocho años significaba poco menos
que pisar el suelo de la cárcel con todo lo que ello
implica: terriblemente vergonzante si lo sumamos a la
nefasta consecuencia de ser llamado transgresor por
la familia y parte de la barra.
Mis amigos,hoy grandes y con hijos,deben estar
añorando los tímidos camotes que asábamos con
descaro en aquel hornito de ladrillos bayos
fabricado por nosotros mismos,detrás del arco que
daba al sur; especie de caldero lejano y
ordinario que calentaba las manos del pobre y
olvidado arquero,porque era invierno y porque por
sistema los partidos terminaban de noche , momento
del día en que emprendíamos retirada cuando alguna
madre se paraba firme en la vereda de baldosas
flojas y, haciendo bocina con las manos,comenzaba a
berrear llamándonos casi desde la otra cuadra.
Nadie que haya corrido entre los míseros potreros
podrá olvidar aquellos bravos partidos barrio contra
barrio,que se jugaban a muerte,sin arbitro y que
casi siempre terminaban antes de tiempo, en
antológicas roscas generadoras de bronca
insobornable que nos duraba varios días con sus
correspondientes noches;pero que el solo hecho de
compartir el tedio cotidiano de la escuela primaria
la carcomía hasta anularla.
Entre los límites inciertos de esas calles de
tierra interminables nadie soñaba todavía con
Maradona ni con Caniggia.En las laminas del Gráfico
de la epoca renacían cada semana El Tula
Curioni,Jota Jota y algunos pibes nuevos que
desperezaban sus lujos futbolísticos,como el Beto Alonso o Bochini. Párrafo aparte merecían los ídolos de los
clubes locales;que tiempo después descubriríamos que
eran como nosotros;que trabajaban en el campo,se
derretían en la fabrica o estudiaban duro entre
domingo y domingo de fútbol de la liga, cuando
enfervorizaban a su gente regalando habilidades
desde el otro lado del tejido.
Cada vez que paso por lo que fueron esos
potreros,edificados todos, hago esfuerzos por contar
todo lo que significaba el campito para un chico de
los 60,con toda la mística que trae aparejada una
pelota de futbol... el hacerse a la idea de que jugaba
en el monumental o la bombonera...
Pero solamente el hecho de haberse criado pateando una esfera de cualquier material en los solitarios baldios hoy
todos edificados,emociona... Y emociona sobremanera
si viene acompañado por una chillona música
escuchada en ese lugar con la radio "Spika",simple y
chiquitita que costo el trabajo de tres meses de
vacaciones poder comprarla...
El dial esta falseado y un pedazo de hilo de algodón sostiene la tapa de las pilas , pero como pensar en tirarla si lleva implícito en el gabinete el rayón imperceptible que
formó un pelotazo de aquella dichosa numero cinco
bancada entre todos.

** GIUSSEPPE



Guardaba muchos secretos debajo de su cabeza
calva. Cosas que los chicos mas preguntones no habíamos
podido desentrañar jamas, a pesar de los esfuerzos
que se hacían por saber algo mas de ese curioso
ejemplar esquivo y delirante, vestido de azul por
sistema . Las fantasías de pibe de pueblo nos
hacían tejer una amalgama de historias, de las
cuales las mas escuchadas hablaban de que él supo
gastar una considerable parte de sus jóvenes años en
la guerra del catorce. Otras, algo mas arriesgadas
aun, daban la posta de que en su Italia natal había
sido un rico personaje que enloqueció de pronto y
- dentro de sus limitaciones- emigro para ser, acá en
Bigand, poco menos que "el hombre de la bolsa" con el
que nuestros mayores provocaban en nosotros el
repentino amor por la sopa.
Se lo podía ver cabizbajo , solitario, en las
tórridas tardes de verano , cuando con la cruz
agobiante de cuarenta y pico grados a la
sombra, caminaba de punta a punta del pueblo, buscando
quien sabe que cosa para llevar a la boca y saciar
en parte el hambre ancestral que todos suponíamos
debía llevar entre sus huesos. El viento del norte
parecía traer sobre su lomo al flaco fantasma de la
resignación por la locura y lo sorprendía siempre
andando y desandando calles polvorientas, entre
moscas insufribles, sol calcinante y mocosos cuasi
deshidratados que se negaban a dormir la siesta para
poder ver pasar al loco.
Confieso que yo también por momentos sentí
miedo. Pero era algo distinto. Quizá podemos hablar
de un miedo inculcado por mis padres o mis
abuelos; que veían con cierto resquemor al pobre tipo
que caminaba mostrando a todo el mundo esa especie
de camisaco celeste roto y desteñido . Es evidente
que todos los locos tienen una manía evidente y
absoluta. Los hay enfermos por la limpieza, por
imitar ruidos de motores; hay locos por los trenes y
también por las finanzas. Pero a GIUSEPPE solo le
interesaba caminar, caminar y de vez en cuando
pararse en una esquina a gritar: cuanto vale la
mosca!
!, aprovechando la pausa en el camino para
secarse el profuso sudor con aquella gorra azul un
poco encarnada: la de visera desflecada y eternas
manchas de grasa como único adorno posible. Todavía
hoy recuerdo el desbande que se armaba entre el
piberío atorrante que lo esperaba sentado casi
siempre sobre el cordoncito de ladrillos de canto
que existía para dividir la vereda de la calle, bajo
los plátanos corpulentos de Rivadavia y Brown.
Fue una tarde de invierno de garúa finita cuando
empezamos a darnos cuenta que GIUSSEPPE no estaba
mas entre nosotros. Que ya no lo veríamos pasar
semidescalzo, esquivando con habilidad innata los
cascotes que proliferaban entre la tierra ardiente
de mi pueblo chico. Que buena parte de la idiosincrasia
sencilla de nuestro querido Bigand había comenzado a
perderse de una vez y para siempre.
Eran los tiempos en que Víctor Heredia empezaba
a emocionar hasta las lágrimas a todo un país con su
tierno y legendario "viejo Matías". Y Giusseppe
tenía demasiado de aquel solitario personaje del que
hablaba la canción. Vaya que los tenía. Corría la
década del sesenta. Epoca de recios revolucionarios y
revoluciones reaccionarias. Tiempos de Ratin en
Wembley y Nicolino en el "Luna". Cuando el mundo se
debatía entre partidarios del Vietnam sangriento y
hippies pacifistas caminando sobre superhèroes
blancos y negros masacrados. Años de vacas gordas y
bolsillos flacos...
Mientras todo eso pasaba afuera, los humildes
habitantes de este pequeño pueblo de campaña que
todavía ni soñaba con el pavimento, se asomaban con
unción casi religiosa a las rendijas de sus ventanas
para ver pasar a Giuseppe, el loco, uno mas de los que
desde su casi anonimato abundan a lo largo de toda
nuestra geografía de pampas chatas y esperas largas
como el viento del norte

** VIAS MUERTAS


Cierto día , caminando con mi esposa por la
calle Maiztegui , mire de soslayo la aneja estación
donde un par de vagones yacía detenido desde el
principio del fin y comente a quien no conocía el
tema, lo lindo que era todo aquello cuando se veía el
movimiento casi mágico de los trenes en marcha; de la
gente yendo, viniendo y de la función social que
cumplia el ferrocarril en sus viajes a Rosario. Hablé
del tren, obviamente. Del tren
"de Bahía": largo, pesado e insaciable devorador de
kilómetros llevando los vagones cargados de
pasajeros. Turistas algunos, trabajadores otros y el
gran numero de soldados cuyo único medio para llegar
a destino era el ferrocarril argentino; aquel, que con
cierto mal disimulado orgullo un poco nacionalista
mostramos al mundo tras ser adquirido a sus
anteriores poseedores franceses e ingleses. De lejos
podía escucharse el largo y penetrante sonar de las
primeras locomotoras Diesel metros antes de la
llegada al pueblo. Estremecían a los distraídos
transeúntes y sobresaltaban la tranquilidad
pueblerina en el trayecto que iba desde "la
aviación" hasta el cruce. Y cité un cruce de rutas
que todavía ni por asomo pensaba percibir el rítmico
semáforo.
Junto a tantas otras cosas se perdió también esa
magia en la Argentina moderna. Como salvo algún que
otro indiferente carguero gris plomizo -hoy un poco
mas frecuentes, a decir verdad- también buscamos
infructuosamente algún resabio de aquella
interminable bocina transportadora de almas
atravesando de punta a punta los pasos a nivel
polvorientos de mi querido Bigand.
Eran peligrosas travesuras de chico aquellas de
poner monedas en los rieles y esperar cuerpo a
tierra el paso del tren para ver como quedaban
aplastadas como un papel. Jugar a la escondida en los
viejos vagones estacionados, o trotar entre los
eucaliptos a la hora en que los mayores rendían
culto al antiguo y obligado rito de la siesta hasta
las tres. Merecidas siestas plenas de modorra donde
algunas veces los viejos despertaban sobresaltados
de un sueño en el que quizás sus hijos, ya
grandes, irían a ser transportados hacia otras
tierras por ese mismo tren de ventanillas opacas y
traqueteo metálico.
Dificulto que haya alguien en los pueblos de campana
que de chico no hubiese jugado entre el perfecto
paralelo de las vías. Es mas, es probable que las
viejas estaciones de ferrocarril sigan siendo
frecuentadas todavía hoy por pibes que en las
inmediaciones juegan picados de fútbol o tiran
gomerazos en los viejos cañaverales que nunca faltan
a la vera de los terraplenes. A la distancia nos
concientizamos acerca de la existencia de tantas
charlas y juegos que se fueron para
siempre, irremediablemente colgados detrás de un
desvencijado vagón de cola donde dormitaba un croto
que tampoco se digna a honrarnos con su presencia.
El tiempo paso. La añosa estación que en otros
tiempos se erigía como símbolo del pueblo se fue
ensalzando en hojarasca y ligeros vuelos de torcazas
que juguetean cansinamente entre pétreos andenes
despoblados. Mientras tanto, la dureza del acero de
los rieles pareciera haberse hecho carne en el
corazón indiferente de muchos argentinos. Porque -y
tal vez no sea nuestro caso especifico, pero somos
de la tierra de Gardel y debemos hacernos carne de
los problemas que atañen a nuestros compatriotas en
desgracia -los pueblitos de campo, decia, crecieron y
se desarrollaron a instancias del ferrocarril: ese
ferrocarril que supo del soberano orgullo de cumplir
una función social suprema como quizás ninguna otra
EMPRESA DEL ESTADO que se precie. El guante blanco
del primer mundo pareciera haberle dado una
cachetada blasfema al fantasma del "que te dije"
mientras este intentaba la utópica osadía de volver
a asomarse con arrogancia al balcón de la rosada. Y
fue justo en el preciso instante en que se
incorporaba para asegurarle, a quien quisiera
escuchar, que los trenes que circulan a lo largo y a
lo ancho de la patria son "in eternum" propiedad de
todos.
En lo que a nosotros respecta, solamente resta
aguardar que en nombre del nuevo orden internacional
nos secuestren la pálida figura del puente de la
vía. Aquel, en donde juntábamos humildes piedras de
mica para adornar por sorpresa las macetas de la
vieja; que fregaba y fregaba todo el santo día frente
a un espejito redondo tan plagado de manchas como el
inútil deseo de crecer económicamente.
Tal vez por asociación de ideas, y a la luz de la
resignación, se me figure el trencito plateado de
trocha angosta de La Forestal llevando consigo el
hambre de tanta y tanta gente ... Sabe que pasa?
Imagino a aquellos maquinistas de antaño: un poco
cipayos y escucho la interminable bocina mucho mas
moderna y desprejuiciada de un tren carguero largo
que en sus vagones tenga escrita la palabra
desidia y sufro .Como creo debe ser el
sufrimiento de tantos compatriotas como
usted: chaqueños, santafesinos o provincianos del
norte que ven cernirse sobre sus cabezas la enorme
espada de Damocles de un único medio de locomoción
que tiende a desaparecer bajo las garras descarnadas
de un ideal mezquino.

** DE ESTO, DE AQUELLO Y DE LA MUERTE DEL CARPO (25/2/2005)


Son las 7:50 de la mañana de este 25 de Febrero de 2005, ya pasó una hora desde que desperté, ignorando lo que había pasado unas horas antes en una ruta de Luján, cerca de Jáuregui, a escasos metros de donde estuve vacacionando el mes pasado. Mensajes en mi computadora dicen que se mató Pappo y sigo sin entender... Será una broma de pésimo gusto? Serán las malas lenguas...? Será el estrés que te hace imaginar las cosas de la peor manera? Pero no, lo evidente de la realidad golpea fuerte el parche enorme de esta enquilombada batería llamada presente y yo me niego a creer lo que sucede. No puedo. Entro al sitio de Clarín y ahi veo eso que los descarnados de siempre llaman "noticia". Lo que acontece no cabe en mi cabeza. Me enfervorizo, me calmo, salgo de mis cabales cuando miles de recuerdos de treinta y pico de años a esta parte sacuden mis entendederas y confluyen en uno. Muchos mails llegan diciendo lo mismo, y otros tantos mensajes atozigan la web... mensajes escuetos, mensajes rebuscados, mensajes inmersos en un dolor tangible, mensajes que dicen "Pappo QEPD", por ejemplo, y no llegan a terminar de graficarse.
Sentarme a escribir algo ahora es como querer sacarle jugo a una piedra. Hay poquísimas palabras y mucha, muchísima tristeza. Miro por la ventana y el cielo lo confirma, definitivamente es un día triste, infinitamente triste. Busco las palabras atinadas para intentar decir lo que me pasa y no las encuentro, y me doy cuenta sobre el pucho que no hace falta explicarlo, porque es lo mismo que a vos te está pasando, a vos que sos fan del Carpo, a vos que disfrutabas cada nota que salía de su viola.
Después de esto, mi vida y la tuya van a seguir su cauce normal, como es lógico por otra parte, pero seguramente siempre vamos a notar que falta algo. Es como si una buena porción de nuestro cuerpo hubiese sido amputada, y lo malo o lo bueno (como quieras pensarlo), es que siento por instantes que es una buena parte del gastado corazón de artista que muchos llevamos dentro. Con la partida del Carpo se va una parte
importante de mis locuras juveniles y de las tuyas seguramente también.
Definitivamente el blues, el rock, la música en general han soltado una lágrima (y para que negarlo,che, yo unas cuántas mas).-

** AMIGO



Muchas veces se dice, y quizás con un dejo de razón, que el amigo de todos no es amigo de nadie. Pero así como tallan lugares comunes de ese tenor para limitar, radiar o defenestrar el sentido de la amistad existen otros innumerables, bellos, tangibles que no hacen otra cosa que congraciarnos con esa fiel institución, que sin dudas funciona como el combustible que mueve los motores del mundo: un amigo. Quién puede negar que un verdadero amigo es la antorcha que ilumina esa oscura caverna donde hibernan apilados los sueños incumplidos, que es el soplo de aire fresco necesario para calmar en parte el sofocón de una vida pesada, que el verdadero amigo está en el brillo de un sol dominguero en la plaza del pueblo, está en el diapasón de una tosca guitarra que desafina versos tras cada primavera. El verdadero amigo existe en el contorno elíptico de plateada mojarra bajo el viejo puente de las esperanzas, donde solo se apoyan las canillas chuecas de una infancia pobre. Está en el pucho compartido y en esos trece años que giran por los aires como una tórtola de vuelo distendido. Se encuentran los amigos en cada madrugada de la loca bohemia, ante lo impredecible que se puede hallar tras el portón tramposo de un tugurio bailable, o en el trago exagerado y un poco vergonzante que riega con sus vahos cada real conjunción de asado y ensalada. Los amigos encallan en ese mate amargo que nos quema los labios, en el pícaro pase que lo dejo pagando a aquel marcador de punta rubio, grandote, con cara de asesino que alguna vez te marcó los tapones a la altura del muslo, te acordás? Están en el perfume grasiento de una buena fritanga de tortas sedientas de lluvia vespertina. Están en ese gesto que a fuerza de paciencia supo acomodarnos los cables cada vez que la minita de al lado nos dejaba de seña en la puerta del cine... Viven entre el recuerdo de aquellas flacas bicicletas que devoraban barro por las calles de tierra, Y en esa secundaria de contagiosa risa y estudio recortado que capturó de pronto un rabo de inocencia y diplomó de piola nuestro ingreso al tercero de los adolescentes. Y en las aborrecidas guardias de mil y una insulsas madrugadas, donde solo un amigo te acomoda el fusil cuando te estás durmiendo. Y pensar que hay salames que saben irse al mazo a la hora de hablar de tu tema y mi tema, bravo amigo del alma. Yo los dejo, me callo. Sus propias experiencias han de haberlos marcado con resentidas mañas y no debo ser quien para poder juzgarlos. Pero cuando me abro al sereno cielo tachonado de estrellas de una noche en el campo, recreo a la distancia las queridas estampas de chicle pegajoso, de sincero aguante y de gomera al cuello, porque - como bien dijo alguna vez un catalán que conozco- "Dios y mi canto, saben a quienes nombro tanto."

viernes, diciembre 09, 2005

** V: Invasión extraterrestre (DEL PEQUEÑO CORTINEZ ILUSTRADO)


La otra noche , ni bien terminó de resonar en el
éter el Glostora Tango Club, y cuando iba camino
hacia el kiosco con vistas a comprar un rollito de
pastillas Meterete vi una luz fuerte como
la de la bombonera que me
perseguía y me perseguía. Cuando levanté la vista
para ver que pasaba apareció un plato sopero
parecido a los Rigopal, viste, que iba haciendo zig zag
de una vereda a la otra. Mamado debe haber estado
el marciano que lo manejaba,porque iba tan bajito
que arañó La Ford A de Petinari,el Borgward Isabela
de Méndez, rayó la puerta trasera del Plymouth del
tano Belo y hasta le arrancó el farolito de atrás a
la Chevrolet Sapo de una minusa que vive en
las inmediaciones y estaba recitando poemas de
Gagliardi en la calle al compás de un organito. A
mi, que venia meta pedalear y pedalear con mi bicicleta
Graciela, alcanzó a despeinarme la croquiñon del lado
derecho y no me dio tiempo ni siquiera a sacarme la
pincita del pantalón para que no se enrede en la
cadena. Eso no es nada. Ni hablar del pobre Miguel
Trovatto, que ese mismo dia estrenaba su
Paperino 50... El socaga que se agarró ... Tanto
que de los nervios solo atinó a frenar con la
pantufla,que en realidad no era pantufla sino una
pobre alpargata Rueda/Luna puesta como chancleta que
quedo casi tan bigotuda como el general Ongania,que
Dios lo tenga en la gloria y trate de no largarlo.
Mejor suerte hubiera corrido de haberse puesto las
Flecha medio Basket estampadas , esas amarillas y
negras, pero allá él y su divorcio con la moda cajetilla. La cuestion es que
después de dar tantas volteretas, el plato pudo
estacionar justo en la esquina de San Martín y
Tres de Febrero. No quieran imaginarse el batifondo
que se armó cuando muy orondo se bajó un marciano
verdolaga, enano, parecidisimo al pibe de la
gomina Brancato pero con dos antenas que subian,
bajaban y se caían de un lado a otro como el
brazo de un Wincofon, propiamente. Debo
reconocer que tuve mas miedo que un mequetrefe, pero
si seguía pedaleando me lo chocaba. “Sonaste
Maneco”,dije entre mí, pero recordé que en la revista
Caras y Caretas que me prestó el flaco Sorongo ví una
vez una foto de El Indio Comanche peleando contra la
Momia Negra y dije: "si este baja a semejante
mamotreto solo con una patada a los tobillos,como no
voy a poder tirarlo yo a este cusifai con forma de
Sea Monkey " ...
Intenté acercarme pero fue al dope...
cuando tomé carrera para patearlo a lo
Labruna estiró su mano izquierda como tres
metros y me acomodo un mamporro en el naso que me
hizo saltar los chocolates y me durmió siete dias y
siete noches corridas. Dicen los mamertos que
estaban haciendo huevo en la esquina, que el mostrito se
bajó, caminó como una cuadra hasta el bar de 9 de julio y
Bs.As. y se tomó a fondo blanco una botella de
grapa. Así turulato como estaba se sentó al
volante y salió echando diablos cuando escuchó una
voz femenina que toda melosa le gritaba del otro lado: che, marciano; sí, a vos, mi gelatinita de manzana ... no me prestas unos mangos
hasta la semana que viene?
Era NELINA ROMA, la pedigueña, mas conocida en el barrio como “O terror dos bolsillos”
Y fue así como en pleno Pichincha, gracias a los buenos oficios de la dagor salvamos al mundo de una sangrienta invasión marciana.Que me contursi?

** QUE ESPERANZA (fragmento)



Le hizo poca gracia a Nicanor Felipe de
Anchorena y Fulks el saber que alguien, por
excentrico que fuera, gastara sus zapatos
caminando por entre los nidales de bohemia
pregonando la igualdad entre los hombres.
"Solo Cristo y hace dos mil años!" Puso el
grito en el cielo. "De los demas ni hablemos.
A cada uno su tiempo en la historia del mundo _
ha de legarle la hora de soñar y expresar ese
sueño abiertamente. Napoleon,Roberstpierre
Marco Antonio, Peron o el mismisimo Fuhrer vaya
y pase, pero no un soñador menesteroso de
salario fijo y bolsillos flacos, de remiendos
dentro y fuera del pecho. Que esperanza!"
. Con su talante de observador prudente de los
hechos ingratos que acontecen de dia y a cada
rato, Nicanor Felipe de Anchorena y Fulks sorbia
lentamente su pipa sentado al escritorio de
nogal torneado. Exhalaba volutas de humo
antojadizo trepando en degradee hasta abrazar
la araña y sus dieciocho lumbres. Lejos del
ventanal, cerca del parque, la lluvia formaba
soldaditos en el suelo. Un mendigo arropado en
paño negro (el color de la pobreza) amagó posar
sus huesos empapados en el umbral de marmol
blanco. Desistió de la idea y se marchó
despacio en voz baja, puteando.

miércoles, diciembre 07, 2005

** LA CASA DEL ARBOL

Venían siempre caminando por el medio de la calle, abrazados como hermanos en desgracia. Uno de ellos , el menor en edad y estatura llevaba, siempre también, botella de grapa en mano izquierda y la agitaba con fuerza, tal se tratase de una cándida campana a la que por razones obvias faltábale el agudo sonido que habría de conferirle un simple, humilde y solitario badajo de bronce . El del medio, cuyo rostro de querubín se destacaba dentro del grupo, miraba siempre hacia arriba y sonreía simpáticamente a cuanto tipo cruzara en el camino. Parecía lelo pero no lo estaba, realmente, mientras que el tercero... ah, el tercero... Ël era quien se encargaba de poner la pizca de pimienta necesaria para mantener la alegría en los momentos cruciales . Sus risotadas hacían asomarse a la gente mayor contra las rendijas de las ventanas y sacaban de quicio a los flemáticos vecinos. Las piernas de Pachín, que de este ultimo se trataba, parecían endebles y a punto de romperse en cualquier momento. El pantalón, para corto largo y para largo corto, dejaba apreciar dos extremidades chuecas que vistas a la distancia podían ciertamente compararse a un par de piolines con nudo al medio. El pálido aspecto de su físico de marioneta , sumado al brillo abusivo de aquella cabeza rapada a cero hacia brotar sonrisas espontáneas entre la gente del pueblo. Daba algo de lastima, es cierto, pero Pachín no hacia demasiados méritos para revertir la situación y tampoco a sus amigos les preocupaba en demasía, a decir verdad. Lo notable es que no habrían reunido cuarenta años entre los tres y ya bajaban con creces el par de atados de negros sin filtro, vanagloriándose descaradamente por ingerir su litro y medio de alcohol diario per capita.

Cuentan las malas lenguas que cierto día, aburridos de tanta siesta monótona decidieron levantar su propia casilla en el árbol mas alto del pueblo y recibieron la única compañía que pudo brindarles un triste perro vagabundo con mas pulgas en su panza que pelos en el lomo. Este mimetizábase en un todo con el trío, lo que le permitía olvidarse de aquellos lejanísimos ancestros de galgo atigrado, quienes como todos sabemos se caracterizan por la energía y velocidad extrema puesta en cada uno de sus actos. El can, haciendo caso omiso a los dictados de su raza, se dedicaba a dormir todo el santo día o, en su defecto, a caminar cansinamente detrás del terceto. Diablo le llamaban y el nombre hacia referencia directa a su cara endemoniada, en donde brillaban saltones dos fantasmagóricos ojos color miel de una claridad casi irreal, algo que al decir de muchos producía cierto escalofrío digno de la paranoia mas exacerbada .
Como no podía ser de otra manera, y emulando casi con descaro a sus amos, el animal a cada tanto probaba algo de alcohol y brincaba con exageración hasta chocarse sin control contra los morrudos plátanos de la vereda de la calle Brown al fondo.
La base, o mejor dicho el piso de la casa fue hecho de madera de algarrobo robada al padre de Rolo, el carilindo del grupo, quien en un pasado no tan lejano supo dedicarse a la carpintería artesanal. Era bastante fuerte, bien terminado y sobresalía un metro cuarenta a cada lado del pulido tronco del álamo en que se hallaba. Las paredes de chapa estaban pintadas en blanco y servían para sostener el coqueto techito de aglomerado bermellón que cuidada y minuciosamente armaron sudando la gota gorda entre los tres. Quienes acertaban pasar por la ruta, a metros de ahí, no podían hacer otra cosa que seguir con la vista la rara construcción que se presentaba ante sus ojos y aprovechaban igualmente para dejar escapar sus maliciosos pensamientos enredados con ciertos suspiros de desaprobación por la casa, por el árbol, por el trío y hasta por el rítmico y cadencioso bamboleo de la escalera de sogas que casi rozaba el piso. En fin, aquellas mismas lenguas de dos filos también se solazaban hablando de ciertas actividades non sanctas realizadas en la casa del árbol. Lo único que consta a los mas memoriosos y menos jodidos , es el recuerdo de una chillona música cantada en inglés puesta a todo volumen y algún que otro asadito de falda hecho a metros de ahí, en la parrilla armada con tres o cuatro latas de aceite unidas por remaches. Todo lo demás entraba en el terreno de la especulación y casi siempre iba férreamente unido a la inefable mala fe emplazada por los detractores de siempre. Mientras tanto, el dorado maíz crecía a la vera del camino tan flexible y enhiesto como los delirios del grupo, viendo con impotencia cómo sistemáticamente sucumbían sus filas anteriores bajo las garras de estos simples, sencillos e inocentes cosechadores de choclos veraniegos.

Cierta noche de tormenta, de aquellas en donde el viento constituye la cabeza visible de lo que sucede detrás de sus silbos, se empeñaron en hacer resaltar sus dotes de incipientes poetas. Comenzaron a exteriorizar así, en voz alta, poesías sin métrica alguna escritas en la penumbra de sus cuartos, y cuyas rimas tocaban casi mágicamente los temas cotidianos que iban encarnados en sus tres pobres vidas parias. Dejaban entrever de ese modo la brava soledad en la que estuvieron sumidos individualmente hasta que sucedió el pequeño milagrito de conocerse el rostro y disfrutar sin pausa de la bohemia compartida. El chillón y corpulento viento del norte arrastraba también hacia la inmensidad del campo sus voces cuasi infantiles que repetían al unísono prosas de Borges, de Haroldo Conti o del mismísimo Márquez engarzadas a veces con los arrítmicos versos de Neruda y la perfecta y cuidada poesía de Lorca.
Desde la casa del árbol se divisaba el pueblo en toda su pequeña extensión, pobre amalgama de tapiales raídos y casitas simples de una planta donde proliferaban como norma los patios de glicina en octubre y las largas hileras de plátanos desnudos encerrando pantanosas callejas en el desolador mes de julio. Podía asimismo escudriñarse el campo y notar a simple vista a quienes pertenecían los distintos sembradíos de superficie y color diferentes entre sí. Las frías noches en que la luna llena intentaba prestarle algo de vida al cielo de pizarra resaltaban la blancura irregular de las paredes, las mismas que a lo largo de dos cortos años irían a convertirse en el refugio obligado de esas tres flacas almas solitarias que alimentaban su dichoso escapismo, el cual llego a volar casi tan alto como sus sueños. Y fueron varias las heladas que con sus mantos inmaculados tendieron a despabilar la musa inspiradora del particular grupete y otras tantas lluvias atesorando el espacio que ocupaba la razón puesta al servicio de los aprendices de poeta. Y mas fríos, y mas calores, y mas flores sobre flores surgiendo como síndrome de soleadas primaveras que ponían a prueba la capacidad de amar que sangraban de a puchos sus simples y gastados corazones de artista. Y charlas y mas charlas,jugosas, interminables, girando alrededor de un imperfecto agujero de mate con el consabido reinado de su majestad la bombilla de lata que quemaba insolentemente los jóvenes labios, siempre ávidos de relatos distendidos y un poco inventados, surgidos a veces del encuentro que había tenido cada uno con la chica de su agrado.

Así de simple, así de claro, así de inocente. A nadie se le ocurrió jamás el darles una oportunidad para mostrar sus cualidades en el aspecto puramente humanístico de la cosa. Fueron ridiculizados, marginados y separados adrede del resto de los adolescentes para que de esa manera “no cunda el mal ejemplo y dejen de ensuciar con la podredumbre de la vagancia a la sana, incorruptible y casta juventud local.” Sacerdotes, concejales, damas de la beneficencia y fraguados hombres de bien en general se agolparon frente a cuanto agente de policía encontraran a su paso solicitándole tomen las riendas del caso con carácter de urgencia. Triste es reconocer que a nadie le hubiese temblado la mano de haber tenido que firmar una sentencia de muerte para los descarriados.

Nadie movió un dedo para defenderlos, nadie los escuchó. Nadie excepto Roque, el morocho grandote que alguna vez supo del particular orgullo de vencer al legendario oso Fidel, regando con sudor y algo de sangre las arenas fofas del Circo Hermanos Benatti, y a quien la gente hubo de anotarlo de un plumazo en ese cuadro de honor imaginario que contiene los nombres de aquellos tipos que en algún momento hicieron algo por el deporte de su pueblo. Haciendo un poco de historia, recuerdo que esa tarde la banda del maestro Cuzzani tocó a rabiar algunas melodías estridentes, y que Roque dejó de ser Roque para convertirse en "Tarzan", aunque a decir verdad su voluminoso abdomen y esa escasa lucidez mental que natura hubo de obsequiarle poco tenían que ver con el bravo personaje llegado desde tierras tan extrañas. De sus gruesos bigotes de cepillo nuevo emanaron destellos cuando se mezclaron con el par de tibias lagrimas furtivas vertido por la emoción de haber conquistado a un publico que berreaba y berreaba encaramado a las siete torres de luz que rodeaban al picadero . Lejos estaba de probar en ese instante el desencanto de saber que la fama es puro cuento y que en unos cuantos días solo iría a ser “el negro que peleó con el oso”. Mientras el pueblo sepultaba con hastío recurrente las mieles triunfales de Roque, sus blancas botitas de boxeador vestían de verde al trotar tediosamente por los alrededores del Once Amigos, simulando entrenar con denuedo para una pelea que nunca iría a realizarse. Pausa entre largas horas de entrenamiento y duro trabajo estibando bolsas eran sus frecuentes incursiones por los alrededores de la casa del árbol.

Llegaba despacito, casi en puntas de pie, e iba a esconderse a medias detrás de la tosca ligustrina que crecía despareja contra el alambrado que dividía la estanzuela de Arnou con el campo de Seghetti. Una vez allí espiaba, oía, y hasta se divertía con desenfado escuchando a los tres jóvenes transgresores recitar sus "versitos", como él tiernamente los llamaba. Podría decirse que estaba cultivando una amistad secreta que bien sabía ocultar en sus horas de regocijo apostado cuerpo a tierra. A veces trabajosamente anotaba con pasmosa lentitud alguna que otra estrofa trunca en su libretita de tapas verdes, pero jamas de los jamases hubo de animarse a dirigirles la palabra, tal vez por ese contagioso sentido discriminatorio hecho carne entre la gente de un pueblo que supo descubrir a flor de piel sus prejuicios tan inocentes como vergonzantes.

Como no podía ser de otra manera, Tarzan estaba en su escondite tratando de memorizar un verso de Neruda la fresca madrugada en que la turba incendio el álamo . Y vio perfectamente cómo el doctor Caffa intentó talarlo hasta que el reseco mango de su hacha de leñador se quebró en dos. Y escuchó repetir hasta el hartazgo los llamados de auxilio de los tres amigos antes de caer desvanecidos por el humo. Y también vio al sucio machete del comisario Castillo seccionar la escalera con dos certeros golpes, y sintió la húmeda lengua de Diablo recorrer su mano derecha segundos antes de detenerse en el tiempo. Y corrió, corrió ciego por el campo brotado para trepar de un salto y aferrarse con sus toscos dedos cual garras al tronco caliente que se consumía rápido, pleno de aceite y kerosén mezclados con nafta en partes iguales. Y gimió, y se quemó, y de a uno los fue apilando detrás de la tosca ligustrina que crecía despareja contra el alambrado divisorio de la estanzuela de Arnou y el campo de Seghetti. Y vio, y escuchó, y sintió el duro culatazo que rompió su nuca al penetrar exhausto en el patio sordo de la casa vieja.

Las ultimas noticias del ex peleador llegaron desde Oliveros, sombrío manicomio situado en un paraje cercano, donde según versiones encubiertas habría terminado sus días recitando a Bécquer encima de un sauce tan añoso y corpulento como su oscura anatomía de quebracho volteado.

Rolo, el de la cara de ángel, tiene marcada tendencia a engordar y junto con dos de sus tres hijos adoptivos dirige un diario semioficialista en el pueblo de Samaipata, cercano a Santa Cruz de la Sierra, en la hermana república de Bolivia.

Pingolfio, el mas pequeño, una fría mañana de mayo se bebió de un sorbo interminable las frías aguas para nada poéticas de la costa oeste de la isla Soledad, allá en Malvinas.

Y el tercero. Ah, el tercero.., él persiste con esa bendita utopía de andar por la vida mitad croto, mitad burgués, contando historias como ésta y otras que a continuación irán emergiendo, y estrechando lazos entre su pueblito natal y la madre patria, soltando a cada rato un pesado lagrimón que rueda lentamente desde el bigote de foca hasta el abdomen. Pero continúo (perdón, quise decir continúa), a pesar del persistente temblequeo de hojarasca que atestigua su convivencia con Parkinson, bosquejando escaleras de soga y álamos caídos, siempre tan cerca del terruño pero a años luz de su gente.

martes, diciembre 06, 2005

** PERFIL POBLACIONAL DE BIGAND

Diría la crónica fría, enteca y saturada de números que Bigand, en el sur santafesino, es una población que cuenta con mas de cinco mil almas y fue fundada el 15 de julio de 1909 por un hacendado de ascendencia gala, empecinado él en convertirse en pionero.
Muchas cosas han de ser reflejadas por la crónica helada y saturada de cifras.
Hablará de las tierras, se perderá en quintales, y mencionará casi con precisión de orfebre cantidad de cabezas, kilómetros de alambre y hasta habrá de explayarse
en la lluvia caída desde un siglo a esta parte. Pero quizás muy poco mencione de su gente, de la gente del pueblo, de nuestra propia gente, esa que a contrapelo de los tiempos de cambio y a manera de sombra de los buenos pasares
que fueron la constante en otras latitudes fue pariendo entre piedras.
Y nacieron rústicos hijos de la tierra ardiente, de una tierra virgen y empolvada por el viento del norte, entre pasturas fuertes, entre cardales toscos, entre trigales de oro
cuando ni el mas osado mencionaba la soja.
Era el Bigand de siempre: una incipiente cresta en esta inmensa llanura que tenemos por patria.
Y su gente nació del vientre apretujado de mujeres bruñidas como el bronce candente, hembras que acompañaron a los tipos valientes
en luchas desiguales por la supervivencia.
Así nuestros abuelos, a los que muchas veces miramos de soslayo
devanar su tranquito pausado, gambeteando apenas, con arrastre cansino
la baldosa floja de la vuelta de casa, entonando sin voz aquella vieja canzonetta deformada ya por los años que hasta alteran el compás en tiempo y forma,
vieja canzonetta que supo traerlos de allende los mares y hubo de acompañarlos como fiel parte suya, cuando sólo su vocación de gringo los mantenía estoicos,
cristalizando la reja del arado mancera con trozos de corazón, con restos de lágrimas
que fueron insertando a su querida patria ínfima en el seno de esta invalorable pampa gringa que nos tocó en suerte.
En esa insólita mixtura donde jamás se retacearon sentimientos dispares
como el amor y el llanto, dolor y la esperanza, temor y desconcierto
comenzaba a engendrarse este incipiente pueblo en donde casi siempre cae el agua de a sorbitos. Este pueblo hermoso, pueblo de calles anchas, pueblo bien conformado. con ambiciones algo mas complejas
que esperar del cielo la gota salvadora de una buena cosecha.
Pueblo que mi gente, nuestra gente, administró con su empuje a lo largo del siglo
y se vio reflejado en tangible progreso donde andar es futuro y recordar, la causa.
El alma de mi gente emite sus pulsiones en los rayos endebles
de aquellas bicicletas que por llegar a tiempo, antes de la campana de la doscientos quince, van devorando barro por las calles de afuera.
Y se apersona en los momentos duros cuando las frías escarchas mantienen su evidencia cual blanco testimonio del despunte del alba
y entre muecas ambiguas, sazonado en blanco, va un obrero a la fábrica.
Tampoco dará cuenta la saturada crónica de que mi gente vive, se solaza y ensancha
un hermoso futuro en rojo y amarillo que siempre gana altura y repta por sus calles,
trepa por los aromas a mandarina de las casas mas viejas
y se mimetiza con los soles mañaneros de la plaza San Martín.
Ese futuro promisorio que la distancia añora y lo disfruta como quien sorbe gotas de un licor tan añejo como la vida misma.
Tampoco han de entender las cifras trasnochadas de las vicisitudes que ha debido afrontar aquel peoncito humilde que entre ladrillo y portland, arena y agua estanca, entre mezcla y andamio va desgranando sus horas de albañil a la fuerza
que alguna una tardecita del noviembre pasado
se apersonó con bolso exiguo y desflecado, trayendo entre las zapatillas rotas
aquellos últimos resabios de tierra polvorienta de su querido Chaco
y encontró en nuestro pueblo, en este Bigand sureño su lugar en el mundo.
Un lugar en el mundo que creo todos quienes estamos aquí
hubimos de encontrar algún día. Un lugar en el mundo al que en lo personal
- y lo reconozco- le debo una asignatura pendiente: la de hacer abstracción de nuestros propios problemas cotidianos y brindarle el homenaje que Bigand se merece, porque
sé desde siempre que el espíritu de mis escritos se ufana de contestatario
y que pretende emplazar con simples utopías la necesidad de prestar su ronca voz
a quienes no la tienen. Pero debo aclararte al día de hoy, pueblo querido,
que me traicionan los sin tierra, me falsean buenamente los de abajo,
los que luchan a destajo por un trozo de pan cada vez mas lejos de la gloria.
Me traicionan en el mejor sentido de la palabra a la hora de plasmar en pocas líneas
la febril esencia de este amor inquieto.
Es mi humilde modo de pedirte disculpas. Tal vez suene a excusa, o quizás no llegue a convencerte del todo mi precisa forma de encarar las cosas.
Pero ellos aparecen, giran en derredor de mis ideas y se plantan cual mojones de carne que limitan mi tosco romanticismo a la hora de escribir nada mas ni nada menos,
tierra querida, visión entrecortada de mi mas tierna infancia, pueblo pequeñito
de mis primeros golpes,cuánto te quiero.

viernes, diciembre 02, 2005

** ROPA DE DIARIO(monólogo en argentino básico)


Mire, doña Rosa, gritó Saldívar poniendo su mejor cara de gil al tiempo que escoba en mano replanteaba el viejo rito de sacar afuera lo que adentro sobra. Mire que tan terca y tan esquiva, continuaba diciendo con voz engolada mientras la indiferencia de la dama carcomía hasta los tuétanos su pasmosa voluntad para formar pareja, a pesar de esa enorme fama de solterón de pasado casi inmaculado, por no decir virgen que suena parecido y significa lo mismo. Porque hay solterones y solterones. Están aquellos que eligieron vivir así y no se perdieron una joda, y están los otros, los juntadores de orina de los cuales Saldívar era el máximo exponente en el pueblo, y dona Rosa, canchera en el tema de mandar machos a la tumba y solterones al diablo estiraba un poco la comisura de los labios por cumplido y meneaba la cabeza hacia ambos lados, pidiendo interiormente que la tierra se trague al plomo, además de rogar que por lo menos alguna loca de cabaret se haga cargo del despojo de hombre, que carajo, si recién rozaba los cincuenta y ocho y, aunque mentía un cachito, aseveraba, ante quien quisiera oír, que sus carnes poquisimo tiempo atrás habían dejado de ser firmes como piedra, casi coincidiendo con la sepultura de su cuarto marido: marinero de agua dulce fallecido en circunstancias un tanto raras mientras bogaba por cierto riacho formoseño plagado de juncos y gendarmes. Fue allí donde el susodicho hubo de jactarse, hasta en el ultimo minuto de su vida, de cascar nueces golpeándolas contra el trasero de su futura viuda, o sea Dona Rosa María de la Anunciación Valentini, quien con semejante nombre y su no menos espectacular curriculum todavía podía esperar algo mas de la vida que un mísero lugarcito en la gris existencia de Saldivar, al que por otra parte debía enseñarle todo lo que debía saber un hombre para poder compartir alcoba. Y ella no estaba para esos trotes , por cierto, dándose el lujo de contar con cuatro muertos sobre las costillas y otros tantos vivos de real valía incursionando sus partes pudendas con la gracia y disimulo del vuelo de un mosquito, merced a la libertad que le confiere la edad para hacer lo que se le cante entre las cuatro paredes de su cuarto y la falta de un carcelero en la puerta del fondo. Claro que a Saldivar lo venían adoctrinando permanentemente sus compañeros de vermut del bar del flaco, mientras entre cascadas de porotos truqueros y ruidosas monedas ávidas de un codillo a la siesta calentaban su cabeza arratonada de manera insistente, enfermiza y hasta diríase dueña del maquiavélico sello distintivo de una versión criolla del Otelo de Shakespeare. Estaba celoso el tipo, y lo peor era que, como dice el vulgo, lo estaba tan al cuete, que dona Rosa María de la Anunciación Valentini se hacia cruces cada vez que encontraba su sombra en el camino. Bien, la cuestión es que el pobre de Saldivar veía a un enemigo en cada persona mas o menos apuesta que rondaba la casa de la veterana. Por supuesto que quienes la frecuentaban, y para evitar roces, papelones, encontronazos o lo que diablos fuera se las ingeniaban para ingresar de noche por la puertita de servicio, abertura desprolija de oxido puro que daba a la vera del baldío lindero, donde un triste quinteto de perros flacos como alambre de fardo aligeraban un grito ante cada sombra que lograra menearse por entre los matorrales, que los había y en cantidades industriales. Fue así como se produjo el encuentro, tras la soberbia manija dada por el Chichu Villarruel después de deglutir el casi religioso Gancia de las doce menos cuarto frente al ventanal del boliche, uno de los dos que daban a la ferretería de don Francisco. Hubo de santiguarse tres veces precediendo a un rápido atar de cordones y al mas ligero aun movimiento de dedos extendidos sobre los doce pelos que conformaban su flequillo cuando encaró, con el corazón hecho hilachas y la autoestima rozando el salitroso suelo del poblado. Enfrento al baldío y mas allá a la puerta. Roberto Migliazzo, piola entre los piolas, estuvo a punto de entrar y hacer lo suyo cuando un simple acto reflejo, o quizás haya sido el aroma a cebollas verdes del aliento de Saldivar le hizo bajar de golpe la cabeza, evitando eso que sin demasiadas dudas iba a ser su incondicional pasaporte al féretro. El palo de algarrobo, levemente curvado, se clavo en la herrumbre mas blanda de la puerta. Su mano enorme de maceta pura descargo la bronca enmohecida contra el muro de piedra sacándole esquirlas. Había fallado. El resultado dejo boquiabiertos a ambos mientras dona Rosa, masticando quizás rabia, quizás solo calentura, siguió en la loable tarea de sacarle lustre a sus zapatos de taco aguja, mientras borraba de la lista de visitas a Migliazzo y exhalaba un casi inaudible exabrupto de los terminados en udo. Y que creen que hizo el Saldivar este?. Aprovechando el agujero en la puerta espió por allí el panorama y la vio; vio como estiraba ambos brazos de piel flameante, desde luego lejos de exhibir la emperifollada vestimenta de diario. Estaba ligerísima de ropas y mostraba sus cráteres y valles movedizos otrora tan bien disimulados por aquellas memorables sedas orientales y casimires ingleses que alguna vez le valieron el mote de "La Gallina Pizcueta". Estaba ella casi como Dios la trajo a este pobre mundo pleno de vicisitudes de todo tipo y calaña. Saldivar se acerco un poco, y como la perforación era de dimensiones mas que considerables, metió su cabeza allí entornando primero los ojos y bufando con sonoridad luego. Se alejo rapidito, sin mirar atrás, y refunfuñando en voz baja elevo maldiciones y conceptos duros que hicieron referencia certera su condición de calentón exacerbado pero nada tonto como para romperle el mate a nadie por culpa de ese cachivache.


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** MI DESAYUNO




Todavía no se me había pasado la mamúa y ya
estaba hinchándole la paciencia al pobre flaco,
que Antonio se llamaba y arrastraba entre sus
huesos exagerados el inconfundible néctar azul
de la bohemia criolla. Era alto, espigado, de
coyunturas prominentes y tenia el poco formal
privilegio de ser dueño del Casa Bar,allá en la
periferia de mi pueblo chico. Pasaba yo las
mañanas completas exigiéndole un desayuno a mi
medida y éste regañaba un poco pero siempre se
aprestaba a prepararlo, tal vez porque poseía
intacto el venturoso don de la lastima. Debo
aclarar que no se trataba de un desayuno común
y corriente, maestro, nada de café, ni de leche
tibia, medialunas o alguno de los carajos
convencionales. Resultaba ser, a mi entender,
algo muy simple, barato y fuera de toda
complicación hepática,aunque, debo reconocerlo,
bastante extraño en su composición física.
Se mezclaba un poco de harina preferentemente
leudante con un vaso de leche tibia al que
agregábamos pizca de azúcar, bicarbonato de
amonio y un vaso de vino tinto lleno hasta las
tres cuartas partes. Sobre la citada crema se
ligaba un poco de manteca tibia a la que
previamente habíamos sazonado con un puñadito
de salnitro y medio vaso de ron del bueno,
condición indispensable para que el manjar
llegara a reunir las condiciones necesarias que
lo harían resultar apetecible . El pobre
flaco,en medio de semejante balurdo, y poniendo
cara de consecuencia procedía a flambearlo como
si se tratase del mejor postre exótico gestado
en aquel desolado rincón de las pampas
argentinas. Nadie desconocía por esos tiempos
que en la totalidad de las veces este servidor
repetía el plato, el cual además de sus
bondades reposteriles siempre hubo de funcionar
como un excelente antídoto contra los nocivos
efectos de las múltiples resacas diarias. Pero
todo funciono de maravillas hasta ese
emputecido veintinueve de febrero del ochenta y
ocho, fecha en que se me ocurrió reemplazar la
harina leudante por otra común bastante mas
barata ,al vino tinto por licor de huevo y al
bicarbonato de amonio por un raro polvo
importado de Inglaterra similar en aspecto,
sabor y textura. Así comencé a experimentar el
efecto contrario y euforizarme cada vez con mas
frecuencia, a punto tal de que tras cada
segunda flambeada un insoportable olor a pelo
de animal quemado inundaba el bar y se perdía
por los fondos hasta dar con el patio de la
casa de Myriam,la chismosa del barrio,quien muy
suelta de cuerpo y sin inmutarse, coronaba cada
uno de nuestros ocasionales encuentros
preguntándome por un tal mister Hyde,a quien ni
por asomo tengo el gusto de conocer.





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** TEMPRANO





Sale a la mañanita temprano, como el lucero, en
silencio, sabiendo que entre las sombras de su
amanecer de rutina miles de sombras iguales a la
suya gastaran los pedales de las flacas bicicletas
que, iguales a la que le prestó don Robles para
salir del paso, se dirigen en tandem a la obra. Y
con un impulso que tiene mas de arrastre cansino
que de marcha , se va silbando un aire de milonga
deformado ya por los anos ,que hasta alteran el
compás en tiempo y forma. Y entre las sombras crecen
y suben sus tímidos anhelos de ladrillo bayo y
portland, de arena y de cuchara, de mezcla y andamio,
de suerte recortada por la huella plana de una
carretilla chueca que gira y gira por entre los
tablones cruzados, como su sueno utópico de cambiar
la chapa podrida de la pared del fondo por esos
cincuenta y cuatro bloques que el turco Miguel le
vende a medio peso cada uno . Y
tarareando ahora un aire de zamba ve aparecer cada
vez mas cerca ese monolítico panal de
ostentaciones varias, con tejas a dos aguas, a medio
levantar, que en el barrio llaman la casa del
capo, aunque tal vez ese mismísimo capo sea solo un
testaferro de algún pez aun mas gordo. Y allí, con un
escueto racimo de holas y quetales saluda al Juan,
a su compadre Ramón, al negro Caticho y a Lorenzo
Gómez, aguantándose con bronca entumecida los
ladridos autoritarios de un capataz soberbio al que
juran ,cada uno por su lado, sacudirle un baldazo a
la cabeza.
Intimamente sabe que nunca habrá de hacerlo, sabe
que el fantasma del hambre pesa tanto que aplasta
su cabeza a la altura del cuello y que nunca habrá
de permitirle otra reacción que no sea la de
agachar el lomo y permitir que lo sigan jodiendo.
Ladrillo y portland, arena y agua, mezcla y andamio
desgranan sus horas de albañil a
la fuerza que una tardecita de noviembre llegó con
bolso desflecado , trayendo entre las zapatillas
rotas aquellos últimos resabios de tierra
polvorienta de su querido Chaco. Cinco horas a la
mañana, media para el sánguche ,y después darle
duro y parejo hasta terminar el hormigón de
caída, para que en contados meses, cuando llegue el
verano puedan las hijas del dueño de su hambre
broncearse parejo, casi tan parejo y oscuro como la
piel tirante y percudida que le recubre el
torso. Y él, pensando en eso que los instruidos
llaman paradoja, ensaya una sonrisa y sigue
trabajando, y hasta parece disfrutar de lo suyo sin
demasiados miramientos. Y se ríe solo, a
carcajadas, como un loco, presintiendo con natural
certeza que el quini vacante del lunes que viene
habrá de darle el empujón de coraje necesario para
dejar de ser peón y comprar quizás una mezcladora
chica, dos docenas de tablas, y una estanciera
verde, su color predilecto. Tan seguro esta del
tamaño de su buena estrella que hasta planea
también con inocencia brindarle un trabajo digno al
Pedro Ramírez , a Manuel Pereyra y hasta al tuerto
Ibarzábal , que tiene la mujer desangrando sus días
y sus noches entre las grises sábanas del
Centenario . Atrás van a quedar aquellos retos sin
causa aparente, las broncas momentáneas, y el
ladrido seco que a una luna de plata regalan por
sistema los perros flacos de la miseria.
Cree saber que a partir del lunes lograra
cambiar la indigencia rosada de las cuatro fetas de
su mortadela por aquellos aromas compradores de
asadito faldero de otros tiempos. Y se irá
contento, esperanzado, sin mezquinar en gastos,
riendo de costado por sus ocurrencias, mientras en
la calle volverá a gastar, esta vez con cierto gusto, los
pedales duros y chillones de la bicicleta
prestada.




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